La historia que se transmite en este post, aunque tiene base en la realidad, ha sido ficcionalizada, es decir, los detalles han sido cambiados para proteger la identidad de las personas implicadas
Cuando supe que había intentado suicidarse habían pasado dos semanas del intento, con su correspondiente ingreso. No había dejado de venir a clase y no había dejado de ser en clase el estereotipo de adolescente despreocupada y feliz que bromea con sus amigas, lanza indirectas al chico que le gusta y salpica agua en el laboratorio cuando la profesora no mira. Hay que joderse: morirse un sábado, resucitar el domingo, volver a clase el lunes. Como si nada.
Si me hubiesen pedido que hiciese una apuesta macabra y dijese, de las personas de mi entorno, quién sería la primera en intentar suicidarse, ella no habría estado ni siquiera entre las cincuenta primeras: parecía tan feliz.
Una di noi pienso cuando veo su silla vacía. Otra de esas superheroínas que nadie necesita (que no necesitamos ser), tremendamente capaces de seguir sosteniendo la sonrisa y tirando del carro mientras por dentro todo se nos llena de carcoma. Así, ¿cómo van a protegernos?