Aviso de contenido: menciones a procedimientos odontológicos y a ideaciones suicidas
Ayer, ni un mes después de mi trigesimoséptimo cumpleaños, me sacaron mi primera muela. Hasta ayer conservaba todas mis piezas dentales, incluídas las cuatro muelas del juicio (la última de las cuales está todavía acabando de colocarse y, de pronto, se va a encontrar un hueco hermosísimo que aprovechar). Una de ellas, eso sí, estaba bastante maltrecha, pero ya sabes cómo me siento yo respecto de las cosas rotas: intento salvarlas porque me identifico con ellas.
Pero no pudo ser, no más. Mi muela rota, la que me partí a base de apretar los dientes para dejar salir el estrés durante el desconfinamiento, se acabó de estropear sin posibilidad de arreglo.
«¿Qué hacemos, la sacamos?» preguntó el dentista, con ese tono de voz tan acogedor que tiene. «Ya que hemos venío», contesté yo, fingiendo desenfado aunque llevaba todo el día asimilando la posibilidad de acabar el día con una pieza dental menos.
Y pasó. Allí estaba mi dentista, dulce, cordial, encantador, aparentando que todo iba bien (aunque la cosa tuvo su complicación). También la auxiliar, maravillosa, que consiguió sacarme un hueco de lo imposible, sujetándome la cabeza para que yo estuviera más cómoda. Y yo, sin sentir dolor alguno pero intentando aguantar la inmensa repugnancia que me producía ir sintiendo como mi muela se desprendía de mi carne. Todavía me da escalofríos pensarlo. En fin, al menos el dentista me dijo, literalmente, que me había portado muy bien. Anda que no me gusta a mí un poquito de validación, un «good girl» suavito...
Me imagino cómo son estas cosas para otra gente. Si en realidad existen esas personas que yo me imagino y que, tras la intervención, piensan «Bueno, una menos», y se centran simplemente en las molestias de la recuperación. A lo mejor no. A lo mejor esas personas son una especie de fantasía mía, de aspiración. A lo mejor todo el mundo padece como yo ante algo tan mundano y relativamente trivial como es la extracción aparentemente poco problemática de una muela rota.
Por ejemplo, yo también pienso «una menos», pero no con desenfado. Para mí es como si se hubiese iniciado, de alguna forma, la cuenta atrás de la decadencia: de aquí en adelante todo va a ser decrepitud. Sé que es un pensamiento absurdo situar mi decadencia física en ese detalle. Sé, además, que en muchos sentidos estoy mejor que hace diez años, por ejemplo. Y sé y entiendo que decaer es una señal buenísima si ocurre a su debido tiempo, porque es la señal de que no te has muerto. Pero no sé, me parece una imagen potente: una boca sana con un hueco, el inicio del fin. No lo puedo evitar: soy una contadora de historias de las peores, esto es, una poeta, así que veo señales en todas partes. Es agotador.
Pero no es solo el hecho de haber perdido una muela, qué va. Todo lo que ha rodeado este evento ha sido de lo más ominoso. Cuando la madre de mi pareja preguntó en el grupo que compartimos los tres qué tal íbamos, aproveché para informarle de que iba a faltar al ensayo de esa tarde porque tenía dentista. Muy diligentemente la señora se ofreció a acompañarme «No hace falta, ya se ha ofrecido mi caballero de brillante armadura», contesté. Era cierto: su hijo se había ofrecido a acompañarme tan pronto supo la hora a la que tenía el dentista.
Lo que realmente quería era decir: «No hace falta, puedo hacerlo sola». Hola, apego evitativo, pasa, ponte cómodo. Soy perfectamente consciente de que me da mucha más seguridad cuidar de mí misma (yo no voy a fallarme más que en una situación muy, muy extraordinaria) que permitirme mostrarme vulnerable y ponerme, al menos parcialmente, en manos de otros. De hecho, intenté resistirme, pero mi novio no me dejó. Y yo, a decir verdad, tenía demasiado miedo y pocas fuerzas para hacerme la dura. Lo siento, apego evitativo, no estoy en el mejor momento para seguirte el juego. Pero la cosa es que estoy tan poco acostumbrada a que me cuiden que durante buena parte del trayecto de autobús hasta el dentista se me fueron cayendo unos lagrimones como garbanzos, como si fuese una niña pequeña, igual.
Pero me he desviado (aunque esto también es una muestra de la dimensión disparatada que adquiere cualquier cosilla en mi vida, lo cual explica bastante bien por qué los momentos de tranquilidad no son más que breves oasis). Lo que yo quería contar es que, tras hablar con la madre de mi novio me sentí muy afortunada. Hace menos de un año nadie se habría ofrecido a acompañarme al dentista, muy probablemente porque no se lo habría dicho a nadie cercano para no molestar. Y ahora no solo tenía uan figura parejil ofreciéndose sino, además, una figura materna, con el hueco tan grande que yo tengo en ese sentido.
En eso iba yo pensando, sintiéndome afortunada, cuando se me ocurrió pensar cómo sería cuando dejasen de estar. No si dejaban de estar, sino cuando, porque en mi vida la gente siempre deja de estar en algún momento. Y me vi en un instante haciéndome vieja sola, yendo a hospitales sola, haciéndolo todo sola, sola, sola y pensando en un determinado momento, cuando todo fuera demasiado para mí sola, en acabar con todo y, total, una menos.
Qué gratuito, de verdad. Qué necesidad había de ese curso de pensamiento, a ver.
En fin. De momento lo único que tengo de menos es una muela. Y, quien sabe, tal vez buscar las señales, por lúgubres que sean, y convertirlas en relato de hechos, como vengo haciendo desde que aprendí a pensar, sea mi método para seguir manteniendo a raya, malquebién, a los monstruos. Y contarlo, no revestirlos del encanto del secreto: estos males son de los que medran en las sombras.
(gracias por formar parte de mi luz)
Quiero agradecerte mucho lo que has escrito porque me abre la puerta a un mundo que me es muy ajeno. En mi vida la constante es la pérdida. A lo que no estoy acostumbrada es a que las cosas perduren y mi manera de plantarme ante la vida no tiene nada que ver. Por cómo reacciona la gente a mi alrededor ante mis reacciones, soy casi como una alienígena y soy MUY consciente de que necesito comprensión de otras realidades. Y eso de hacerte entender, tú lo haces tan sencillo ¡Gracias, de verdad! Y no sé si te servirá de algo, pero si no te lo dijera me quedaría con las ganas: la naturaleza tiene horror al vacío. Nada garantiza que quien está vaya a seguir estando, pero los huecos siempre se llenan. Tú molas mil, eso me da confianza para pensar que tus posibles «huecos» vitales (si es que los llega a hacer, porque tampoco nada garantiza esto) se llamarán también con quien vaya acorde a ti. Un abrazo enorme Nenyavië
Muchas gracias por tus palabras. Me alegra que estas cosas que suelto al vacío, aquí, para no molestar a los míos, sirven de alguito, aunque sea. Y gracias por el consuelo :)