No recuerdo muchas apreciaciones buenas de mi madre hacia mí. Sus supuestos cumplidos siempre iban seguidos de un pero que restaba todo el valor a cualquier cosa que lo hubiese precedido. Por ejemplo: «Ella es la lista pero su hermano es el bueno». A ver, qué necesidad había. Pues a causa de esa frase que no fue dicha una, ni dos, ni tres veces, he arrastrado un complejo de malapersona durante buena parte de mi vida.
Por suerte ya se me ha pasado: yo no sé si ha sido la edad o los palos, pero tengo claro que soy una persona razonablemente buena. En ocasiones soy un puto ser de luz. A medio día volvía del trabajo en autobús, hasta el mismísimo *oño (inserte aquí la consonante que le parezca bien), habiendo dormido apenas 3 horas, cuando he visto a una alumna secarse unas lágrimas furtivas. Ea. Allá que he ido a darle un pañuelito y preguntarle si necesitaba algo y a ofrecerle mi ayuda. Que sí, que lo mismo esto es decencia humana básica, pero es que tampoco es que la decencia humana básica abunde muchísimo. Intengo ser amable, empática, justa, hacer lo correcto y lidiar con mis contradicciones lo mejor que sé y puedo. La cago, por supuesto, pero en términos generales creo que soy bastante buena gente. Diga mi madre lo que diga. Chúpate esa, trauma infantil.
De ese complejo de ser mala se ha derivado un comportamiento bastante problemático para mi persona: para no ser mala me he dejado pisar, maltratar, utilizar... Ya lo captas. Como era mala no podía permitirme una salida de tiesto. Tenía que demostrar que era buenísima, poner la otra mejilla (lo de la educación católica, otro día). Curiosamente, cuando he asumido que no soy tan terrible he empezado a darme permiso para actuar como si no le debiera mi bondad incondicional al mundo. Es un proceso lento, pero he ido aprendiendo a decir que no, a manifestar desagrado, incluso enfado en entornos de confianza... Fuera, con extraños que no son espacio seguro es más complicado, fíjate. Es curioso, porque justo esa gente tendría que darme igual, pero mira, el selebro selebreando, yo qué sé.
Pues hoy he vuelto a cruzar ese puente, el de no deberle bondad incondicional a alguien que no es buena. Y lo he cruzado por todo lo alto. He sido deliberada y rotundamente desagradable con una señora que ha atacado mi trabajo (voluntario, pero trabajo) como coordinadora de un club de lectura. No es la primera vez que me ataca. En las anteriores he optado por la mesura, la diplomacia y la bondad. Hoy no. Y me he sentido tremendamente orgullosa de mí misma, tremendamente satisfecha.
Al fin y al cabo hemos aprendido recientemente que, por mucho que una sea un ser de luz, nadie está libre de un apagón, grande o pequeño. Ea.