Hace un rato, mientras intentaba aguantar unas lágrimas que no estaban ahí, le he pedido a mi compañero de alegrías y fatigas perdón por ser un rollo. Agradezco honestamente que no me haya querido llevar la contraria y que no me haya dicho que no lo soy, porque él sabe y yo más que él que sí lo estoy siendo. No estoy ni triste, ni ansiosa, ni inquieta, ni frustrada, ni desesperanzada, ni enfadada, pero sí un poco de cada una de esas cosas y algunas más, en proporciones tan mínimas que nada de lo que haga por calmar alguna de esas sensaciones tiene el mínimo impacto en el resto. Empiezo a pensar que no tengo más opción que seguir adelante haciéndome la muerta y esperar que, con suerte y tiempo, la marea me devuelva a la orilla. He aprendido que a veces eso justo es lo que pasa.
Tampoco voy a hacerme luz de gas con esto: tengo motivos para estar así. Puede que sean problemas champán, pero mis problemas champán no dejan de ser mis problemas. Hay una parte de mí que me dice cuéntalo, pero, al parecer, otra parte de mí, con más control que la primera, me pide que no lo haga. No se lo he contado a nadie, no con honestidad y por completo, porque siento que requeriría horas y no voy a tener la destreza ni la energía para transmitirlo y hacerme entender. Puede que escribirlo sea más fácil, pero parece que no lo suficiente. Así que bueno, seguiré manteniendo el secreto a la sombra hasta ver qué si, como decía en aquel poema, me transforma o me destruye.
Pero, acto seguido, mientras mi pareja me acariciaba la nuca en silencio, he tenido la iluminación y le he preguntado: «Tengo derecho a ser un rollo, ¿verdad?». Y ahí sí ha respondido: «Sí, claro». Mi #ingeñero es un señor de pocas palabras, pero bueno, con frecuencia suele decir lo adecuado y suficiente.
Tengo derecho a ser un rollo, claro que sí. Es liberador, ¿sabes? Toda mi vida he creído que no tenía derecho a incomodar. No tenía derecho a pedir nada si molestaba, si tan siquiera requería un esfuerzo. Si lo hacía nadie me iba a querer. Pero que alguien que, creo, me quiere, me diga (o conceda) que estoy siendo un rollo pero que tengo derecho a serlo es nuevo. Bueno.
Pero aunque él no me lo hubiese concedido sería verdad. Estoy acostumbrada a cuidar/atender/consolar a gente que está siendo un rollo. Y no pasa nada. Ni me planteo que estén siendo un rollo: las personas estamos genial y fatal, y todo lo que hay en medio. Y no somos cosas que querer solo cuando funcionan bien, cuando son bonitas, cuando nos divierten (lo de que las personas no somos cosas también merece un post, creo). He entendido eso perfectamente cuando tiene que ver con otros pero, por lo que sea, rara vez he conseguido aplicármelo a mí misma. Quizá porque no me han hecho sentir segura y querida en esas situaciones. Yo qué sé. Pero que no me lo hayan reconocido no significa que no tenga el derecho a estar mal y, a pesar de eso, ser querida y cuidada.
Pues lo dicho, que estoy siendo un rollo, una compañía horrible, que no me soporto ni yo así que imagino que debo estar insoportable... Pero tengo derecho a estar así y a que me quieran, se materialice o no ese derecho.
Y tú también. Date un tiempo para procesarlo: tú también.