Suelo decir que soy una persona rencorosa cuando lo que ocurre en realidad es que tengo buena memoria. No me olvido fácilmente de quién y cómo me hizo daño y eso, evidentemente, afecta a la confianza. Pero no suelo desear mal a la gente y, con frecuencia, si hay algo que se puede salvar en la historia que tuve con quien me hizo daño intento salvarlo porque en mi buena memoria también influye lo de ser una sentimental.
Así me van las cosas, claro. Cuando hace tres o cuatro días escribí a un ex con el que compartí una historia breve pero intensísima (y un tanto tormentosa) para preguntarle qué tal le había ido el curso (consciente de que estaría por irse de la ciudad definitivamente) estaba haciendo valer lo bueno de aquella historia, la parte que me gustaría contar a los nietos que no voy a tener para sacarles los colores dejando claro que su abuela era una señora de armas tomar. Le hablaba desde la certeza de que no pudo ser, y es bueno que no pudiera ser, que no éramos el uno para la otra y viceversa, pero que bueno, que lo que fuésemos o dejásemos de ser juntos no habla de lo que somos o dejamos de ser individualmente. Aunque bueno, podría matizar, porque al final de nuestra historia fue un absoluto cucaracho, pero bueno, no quise centrarme en eso.
¡Mal, Jodía, mal! Piensa mal y acertarás y todo eso, desgraciá, que no has aprendido nada de la vida. En fin, la cosa es que, después de intercambiar unos 7 mensajes de lo más civilizados hoy, dos días después del último mensaje, me encuentro esto:
«Te agradecería que no nos contactemos más», dice. Y espera más de un año desde su gran cagada para decírmelo. Casualmente, elige para hacerlo el momento en el que se va de mi ciudad para siempre. Una podría pensar que dejó la puerta abierta por si pudiera sacar algo de mí pero ahora, que ya no va a pasar, pues le es demasiada molestia que nos escribamos para felicitarnos el Año Nuevo y el cumpleaños, que es lo que ha pasado este año.
Evidentemente, no le voy a echar en falta: ya no era parte de mi vida. Pero me joden las ínfulas, esos aires de no sé exactamente qué. Y me jode un poco haber creado la situación para que me dé la patada, como queriendo quedar triunfante. Sé lo que buscaba: drama. Ese «si no tienes nada que objetar» no es gratuito. Esperaba que entrase al trapo, que me enzarzase con él de alguna manera para sentirse vivo, para sentir que todavía tiene algún peso en mi vida. As if.
Por eso no le he respondido más y he sido casi tan fría y descorazonada como él. Casi. Pero me habría gustado contestarle y ser cruel, como he aprendido a ser en los últimos tiempos (aunque no lo ponga en práctica porque no está en mi naturaleza). Decirle, por ejemplo, que es un hombre triste, como los del poema de Piedad Bonnett y que admiro su compromiso con tomar malas decisiones y apartar de su lado a cualquier buena persona. Podría haberle hecho mucho daño. Pero, como digo, no está en mi naturaleza clavar puñales en las grietas de otros. Sé que, en cuanto se me pase la rabia, volveré a encontrar consuelo en la misma idea que lo encontré hace año y pico y que se ha ido confirmando con el paso del tiempo. Jamás, en su triste y miserable vida, va a tener a su lado a nadie mejor que yo ni le van a ofrecer lo que yo le ofrecí. Y para que yo diga algo así mi convicción tiene que ser profunda: ya sabéis que no es que yo tenga un ego muy hinchado.
Bon vent i barca nova, persona a la que quise. Qué pena que no supieras qué hacer con todo lo hermoso que te di.
De hecho si, quería a la vez ofrecer desdén y obtener casito. Cualquier respuesta mínimamente razonada solo le habría servido para reafirmarse en "es que mira la intensa está". También te digo, tú eres más buena que yo: mi respuesta a eso habría sido "uufff...si, perfecto". Y que paste y rumie pero en otro parque.
No me supera, Marta. Y no sabe decirlo ni querer estar en mi vida de forma constructiva. Entre otras cosas porque solo me quieren como amante. Es eso o nada. Pues buen viaje.