Jodida, pero no sorprendida

Yo también contengo multitudes

Esta mañana me quejaba en Mastodon. Durante estos últimos días, puede que tres semanas, me he sentido bien. Muy bien incluso. Eso no significa que mi vida haya sido perfecta: he tenido mis problemas, mis aogbios, mis prisas, mis inconvenientes, mis obligaciones... En fin, las cosas de la vida. Pero mi ánimo tras todo ello era sereno. Podía sentir ese sosiego y era consciente de él. "Esto debe de ser la felicidad", le dije a ingeñero el otro día. "Ojalá dure", me dije a mí misma mentalmente.

Pero, por supuesto, ha durado lo que ha tenido que durar que no ha sido mucho: la felicidad nunca dura suficiente. Estoy acostumbrada a estas montañas rusas emocionales que van desde etapas de una cierta euforia y mucha energía hasta etapas de abatimiento absoluto y desánimo general. Y estoy acostumbrada a lidiar con mis cosas desde esos dos estados y todos los que pueden ubicarse entre medias.

Durante bastante tiempo pensaba que yo era la mujer enérgica y dinámica de los momentos altos. Interpretaba los momentos de bajón como momentos en los que yo era solo a medias o momentos en los que algo tomaba posesión de mí o me lastraba y no me dejaba ser mi verdadero yo. Pero si eso fuese cierto, yo sería yo muy poco tiempo de mi vida.

Ya no lo veo así, por supuesto. Sé que igual que el agua cambia de estado sin dejar de ser agua, yo paso por distintos estados sin dejar de ser yo. No soy menos yo cuando estoy triste que cuando estoy alegre, cuando estoy desanimada que cuando estoy esperanzada. Si lo pienso fríamente, es una idea absurda. Y, como casi todas mis ideas absurdas, viene del mismo sitio: la sociedad.

¿No te da la sensación de que en la sociedad se interpreta la tristeza, el cansancio y otras situaciones del estilo como un estado defectuoso, en el que a la persona le falta algo? No ocurre lo mismo con las emociones que leemos positivas: esas no sobran. Y, por supuesto, todos queremos estar bien, pero vaya, creo que es bastante intuitivo entender, cuando una se sustrae de esos prejuicios ambientales, que tan normal es estar bien como estar mal cuando ese estado está ajustado a las circunstancias (más o menos) o incluso cuando no, como es mi caso, que a veces mi ánimo se ensombrece durante una temporada sin motivo aparente (igual que se ilumina sin motivo aparente).

Pero no, no ocurre así. Supongo que porque la tristeza y el resto de sus primas tienen muy mala prensa y sospecho que eso tiene que ver, al menos en parte, con que la tristeza incomoda porque interpela: si alguien está mal y se le nota y yo no hago nada me siento mal. Y no quiero sentirme mal. Si alguien está mal y se le nota siento que tengo que hacer algo, pero puede que no sepa qué, y eso me incomoda, y no quiero sentirme incómoda. ¿Ves por dónde va el razonamiento?

Precisamente por eso hace años que lo veo necesario. Uno de mis microactivismos de hace unos años era visibilizar mis emociones, haciendo hincapié en las negativas, que son las que solemos esconder. El lema era «Bienvenidas las tristes». Pretendía identificarme como un espacio seguro, como una persona refugio, ante la cual se podía estar mal y, desde mi parcela, contribuir a esa normalización de las emociones negativas y animar a otras a interactuar con ellas para vencer ese malestar y esas incomodidades que provoca la falta de costumbre (porque todas nos hemos sentido muy violentas cuando alguien rompe a llorar delante de nosotras, ¿a que sí? Es que esos primeros auxilios no nos los enseñan: tenemos que aprenderlos solas).

He de reconocer que siempre me he tenido por una persona triste, melancólica, nostálgica. Por eso hubo algún tiempo en el que pensé que mi verdadero yo era el yo triste, que la mujer serena, alegre o risueña era una anomalía. Creo que eso se debe a que, como siempre estoy en mi presencia, me percibía más triste que el resto, más melancólica o nostálgica que el resto. Pero claro, es que yo solo veo lo que el resto deja ver y yo consigo percibir, que es algo bastante limitado. Sé que no soy la persona más feliz o más alegre del mundo, pero puede que no sea tampoco la más triste. Aun así, todo forma parte de lo que soy. Soy mi alegría, pero también soy mi tristeza. Soy mis victorias y mis dolores, mis ilusiones y mis abandonos. Lo soy todo. O, como decía Walt Witman en Song of Myself:

Do I contradict myself? Very well then I contradict myself, (I am large, I contain multitudes.)

Empiezo a asumir que nadie (ni siquiera yo misma) va a abarcarme. Y ya no me angustia.

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