Jodida, pero no sorprendida

¡Siga a ese autobús!

Hace no demasiado me quejaba en Mastodon del servicio de los autobuses urbanos de Córdoba, sobre todo de su frecuencia de paso. Salgo con una hora de antelación de mi casa todos los días, y hay días que llego al trabajo con 25 minutos de adelanto y otros que llego con 5 de retraso. Es demasiado, especialmente para una ciudad de las dimensiones de Córdoba, o eso creo.

Hoy, no obstante, los autobuses de Córdoba me han dado la que viene siendo la gran alegría del día y de la semana.

Acababa de subirme al segundo autobús que cojo después de esperarlo 16 minutos y viendo ya que iba a llegar tarde al trabajo así que, como puedes imaginar, iba todo lo encabronada que mis escasas fuerzas me permitían y también, por cosas, bastante triste. En la parada siguiente veo (porque con los cascos escuchar escucho poco) cómo el conductor gesticula a una mujer con uniforme de trabajo para que suba mientras ella hace gestos de que no, que da igual. Él insiste. Finalmente ella sube, sin fichar, y él arranca casi haciendo derrapar las ruedas, detrás del autobús 9. Entonces entiendo lo que ha pasado: la mujer había perdido el autobús por poco y el conductor se ha ofrecido a acercarla a la siguiente parada (que también estaba en su ruta). Al llegar a la siguiente parada, efectivamente, el conductor ha abierto las puertas rapidísimo para que la mujer, en un último sprint, llegase a coger el 9.

Y yo me he echado a llorar. Me conmueven muchísimo las muestras de amabilidad en un mundo tan inhumano, frío y gris como el que habitamos (o así me lo parece, puede que sea una cuestión de perspectiva) y, en el estado en el que me encuentro últimamente, me hace falta un soplo de viento para que me eche a llorar. Pero qué bonito ha sido, qué cálido ese gesto de un trabajador auxiliando a otra, aunque ella defendía que daba igual, que cogía el siguiente. Cómo de vista ha debido sentirse esa mujer. Cuánto me alegro por ella.

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Comments
  1. Edgar — Mar 15, 2025:

    Pequeños actos de humanidad. Por aca en las lejanía invernal de Ottawa, usé el transporte público por 20 años, pero ha desmejorado tanto, que ahora tengo un coche, todavia con complejo de culpa.