Ya. Ya sé. Porque elegimos tener ricos.
La cosa es que últimamente digo mucho esa frase: «No podemos tener cosas bonitas». Y la verdad es que me gustaría tener la esperanza necesaria para plantearme hasta qué punto es una buena estrategia, para creer que llegado un cierto punto vamos a plantarnos de alguna manera. Pero qué va.
Hoy un compañero (ya excompañero, en realidad :( ) me mandaba un vídeo en el que se citaba a Netanyahu diciendo que para evitar la formación de un Estado Palestino solo había que financiar a Hamás. A raíz de eso hemos hablado de la impotencia que sentimos. Cada vez que hablo con él, que sabe mucho de historia y de política, mi sensación de ser una mota de polvo en el tablero de ajedrez se acrecenta. Es descorazonador.
Y no es que él me lo induzca: es que sé que no puedo hacer demasiado, o así lo siento. Pero tengo otra compañera (también excompañera) que es su contrapunto: también sabe mucho de historia y de política, pero mantiene la esperanza y eso la mueve a hacer, a resistir, a empujar.
Yo supongo que soy el tercer tazón que encuentra Ricitos de Oro: no tengo esperanza, pero no quiero irme sin haber pataleado algo. Aunque sé que soy cómplice de multitud de desmanes, aunque sé que me beneficio de los malestares de otros, intento ejercer mi poder en lo que siento posible para resistir. Por eso acabo de cerrar mi cuenta en Substack y, por consiguiente, cesar indefinidamente la actividad en mi newsletter poética. Por mucho que Substack se disculpe ahora por haber enviado una notificación animando a la gente a suscribirse a un blog neonazi, su política respecto de gente que promueve discursos de odio ya era una vergüenza. Esto ha sido solo la gota que ha colmado el vaso para mí.
Y me da pena. Empecé la newsletter unos meses antes de la pandemia. La pandemia y el confinamiento contribuyeron a consolidarla (incluso me grababa leyéndola para añadir cercanía) y, salvo algún parón puntual, la publicación semanal de un poema con un poquito de reflexión ha sido constante. Me gustaba, me hacía bien. Y me ha permitido recibir abrazos y palmaditas en al espalda en forma de palabras de gente chulísima. Me permitía conectar, que es lo que pasa cuando una abre su corazón y pasa por allí gente buena.
La intención cuando empecé era, simplemente, perder la vergüenza a enseñar mis poemas. Luego, combinado con eso, poner algo «bonito» ahí fuera y hacer algo bonito y bueno por mí. Sin más. No quería dinero, no quería difusión, nada. Simplemente conectar y compartir algo que me gusta. Entonces cerró Tinyletter, el servicio simplísimo que usaba. la empresa que lo gestionaba, Mailchimp, decidió centrarse en su servicio de pago (la avaricia y eso). Me mudé una temporada, pero me cansé de pagar para hacer algo que me gusta (y eso que hubo quien arrimaba el hombro con kofis para que siguiera). Cambié a Substack con ciertas reticencias: sin ser lo que yo quería, era lo que más se ajustaba. Y hace unas semanas me di cuenta de que mis poemas habitaban un bar nazi. Aguanté un poco, no quería renunciar a mi newsletter, pero ya con la última de Substack no he podido aguantar. Y estoy bastante cansada de informarme, buscar servicios, migrar, adaptarme a algo para acabar descubriendo que el CEO come bebés o que lo cierren para sacarle más pasta o a saber.
La newsletter me ha dado mucho. Gracias a ella he conseguido mi sueño de publicar un libro, por ejemplo. De firmar en la Feria del Libro de Madrid (tres años, nada más y nada menos). Pero, sobre todo, gracias a ella la gente me ha leído, ha conectado conmigo, ha dialogado conmigo. Eso es lo que más feliz me ha hecho. Y me entristece tremendamente dejarlo.
Pero no es solo la newsletter: es que Internet se está convirtiendo en una mierda, en un centro comercial donde no se puede estar si no es para consumir. De un tiempo a esta parte estoy intentando usarlo de forma más consciente en lo que puedo: he dejado las redes sociales comerciales/privadas (no sin consecuencias), he vuelto a escribir en un blog (no sin reticencias porque no me gusta estar educando a LLM para que me puteen), he vuelto a tener un lector RSS para leer a otra gente que sigue poniendo su mente ahí fuera desinteresadamente. Pero todo eso es agotador. No debería serlo, pero lo es porque la enmierdificación de Internet es colosal. A veces pienso en mi yo de 16 años, conectándose por primera vez a Internet con un módem de 56k, en los chats, los blogs abiertos, el IRC... y me da mucha pena. En otros momentos he pensado que es porque entonces era joven e inocente, pero lo cierto es que Internet no era la mierda de conglomerado de clubes privados que es ahora. No es solo nostalgia.
Así que bueno, a partir de hoy hay una cosa bonita menos en internet. Sé que he hecho lo que mi conciencia me pedía pero aun así lo siento como una derrota o como una rendición. Probablemente porque no haya manera de ganar.
Perdona el caos, no estoy en mi mejor momento y, como ves, las circunstancias1 no dejan de mejorar.
Se agradecen razones para mantener la esperanza.
-
Que sí, que cerrar un proyecto gratuito que no me reportaba nada económico, que tampoco es que estuviese salvando la vida de nadie y que probablemente era en su mayor parte «pornografía emocional», como lo llamó el señor triste de la última newsletter, no es el fin del mundo. Pero para mí es importante y me afecta. ↩
Empatizo muchísimo contigo porque, si no llega a ser por tener mi propio servidor, usaría Mataroa o Bearblog, que están hechos por seres de luz. Lástima que ningún ser de luz haya pensado aún en un sistema de newsletter ético. Y aún así, es lo que dices: es otra mudanza más que se une a nuestro cansancio.
La esperanza es esa. Que aún quedan seres de luz. Tu compañera que sigue luchando, tú que escribes este blog. Gente que contribuye al mundo sin esperar nada a pesar de todo lo demás.
Ánimo y un abrazo.
Disto mucho de ser un ser de luz, pero infinitas gracias, Adrián.
Todas somos seres de luz y las que os abrís para que la luz inunde el exterior, más si cabe. Yo antes era más pesimista pero de un tiempo a esta parte tengo cada vez más claro que igual que la evolución nos ha llevado a este preciso instante en el que habitamos la vida en un entorno bastante hostil (obvio que en gaza es muchíiiiiismo más hostil, aquí al menos no caen bombas), en cualquier momento todo se da vuelta y la humanidad florece de nuevo. La lectura de "El amanecer de todo" de Graeber/Wengrow me hizo confirmar mis sospechas y aunque puede que no lo vivamos, plantar semillas es lo único que nos queda para dar cobijo a quienes habitarán la vida en el futuro, cuando ya no estemos. Y hay semillas de todo tipo, en forma de plantas, en forma de poesía, de música, de artesanías,... Tu encontraste las tuyas y ninguna es inútil. Cuando todo lo inundemos de semillas, tras la siguiente tormenta, floreceran :-D
Quiero creer eso, pensar así. Cada vez me cuesta más. Pero ahí seguimos. Gracias