Nunca he sido normal. Siempre he sido una niña rara. Una adolescente rara. Una joven rara. Una mujer rara. En mi intento por encajar, mis rarezas han ido cambiando, pero nunca he conseguido esconderlas del todo. Siempre han acabado viéndolas. Así que, por fuerza, he acabado por llegar a un punto en el que no me queda más que asumir que lo normal y yo no somos compatibles.
Y aun así... qué gozo sentirse normal. Hay un verso de la canción que Chica Sobresalto lleva al Benidorm Fest que dice «a veces quisiera ser más como ellas, un poco menos yo y más como cualquiera, me vale cualquiera». El resto de la canción, meh, pero esa frase me resuena mucho. Dejar de sentirse extraña un rato es como poder bajar el fusil con el que voy por la vida de forma inconsciente. Además una se siente validada: estoy haciendo lo que todo el mundo, sintiendo lo que todo el mundo, viviendo como todo el mundo. Aunque sea por una vez, aunque sepa que tomar al mundo como criterio es una soberana estupidez, no puedo evitarlo: cuando ocurre eso de sentirme normal es como un chute de alguna droga tranquilizadora y placentera.
Imagino que al resto de la gente le pasará algo parecido. Y precisamente por eso empiezo a creerme que la normatividad es una performance. Piénsalo: si diez personas piden café en una cafetería, cada una pide el café distinto pero luego todas deciden organizar su vida personal de la misma forma, con muy leves variaciones. Todas (o casi todas) eligen compartir vivienda con su pareja, tener una relación monógama, un trabajo normal, casarse en una ceremonia normal, formar una familia normal, ir de vacaciones a los sitios normales, hacer por ocio lo que hace todo el mundo y así. ¿No te parece que no tiene sentido?
Es una trampa. Moverse en el marco de la normatividad nos da una cierta seguridad, nos hace sentir que lo estamos haciendo bien, aunque ese bien no lo sea para nosotros. Pero seguimos haciéndolo porque, bueno... ¿Quién vive fuera de la normatividad? Los locos, los marginados, los parias, los raritos. Y no queremos ser eso. O no queremos aceptar que somos eso. Pero eso hace que no se aprecie diferencia, que la diferencia sea disidencia salvaje y minoritaria. Así que cuando alguien desea algo distinto a lo normativo se siente roto, defectuoso. Me he sentido así muchas veces. Me sigo sintiendo así muchas veces.
Hace unos días convoqué un cónclave de señoras porque me estaba ahogando en un vaso de agua. La manera en la que quiero llevar mi relación me estaba haciendo dudar de si realmente siento lo que creo que siento por mi pareja porque el amor, si no es normativo, si no está disciplinado, institucionalizado y pautado, parece que no es amor, que es otra cosa. Algún día tendríamos que hablar de esto, de como una fuerza tan arrebatadora como el amor ha acabado metida en cajitas y archivadores tan pequeños y rígidos.
La cosa es que mis amigas me calmaron enseguida. Claro que estoy enamorada (amar fuera de las normas sigue siendo amar) y claro que lo que yo deseo no es una locura. Me tiraron unos cuantos referentes de gente que había vivido como yo quería vivir (referentes que yo no tenía porque de donde yo vengo o eres normal y vives en la normatividad más absoluta o sufres mucho) y me sentí en paz: no estoy rota, solo soy rara. Buf. Qué alivio.
La normatividad nos está robando los referentes de rareza que pueden darnos paz a los que somos incapaces de vivir según dicta el canon. Por eso me gusta moverme en los márgenes, porque allí veo cosas distintas. Veo gente que habla de situaciones que son normales (en términos de frecuencia con la que suceden) pero que, por no ser normativas, permanecen ocultas. Veo gente que expresa maneras distintas de vivir las relaciones amistosas y erótico afectivas. Veo personas que no se sienten satisfechas con la manera en la que se supone que tienen que hacerse las cosas y que, aunque no encuentren la manera de hacerlo distinto, expresan su insatisfacción, que no es poco (anda que no ayuda saber que no todo el mundo es feliz en una situación que, supuestamente, es la deseable).
No sé si me estoy explicando, creo que no demasiado a estas alturas, así que voy a ir acabando con un ruego (que nunca te pido nada).
Sé una persona orgullosamente rara si puedes. Pero si no, si es demasiado difícil para ti, al menos no entres dócilmente y en silencio en la cárcel de la normatividad. Golpea un poco los barrotes, para que el resto de raras sepamos que no estamos solas. Tal vez entre todas consigamos hacer unos cuantos boquetes...