Jodida, pero no sorprendida

«Me llevo mejor con los chicos que con las chicas»

No sé si, siguiendo la coña que surgió hace unos meses, Mastodon será divertido o no. Lo que sí sé es que me resulta de lo más interesante, especialmente en los últimos tiempos, en los que cada vez más mujeres hablamos de nuestras movidas en dicha red social. Hace poco mi querida tirasdenaranja planteó qué cosas no consideramos machistas en otro momento pero ahora sí eramos conscientes de que lo eran. Esto a mí me llevó directamente a mi adolescencia, a mi renegar del color rosa, a mi dejarme conquistar por frases tan pochas como "tú no eres como las demás" o a la que más me molesta aún hoy, con diferencia: "Me llevo mejor con los chicos que con las chicas" o la variante "tengo muchos más amigos que amigas".

Miro atrás y me horrorizo. Yo, que hoy tengo infinitamente más amigas que amigos y que me precio de ello, quiero volver, coger a la Bettie adolescente por las solapas y zarandearla fortísimo. Pero no puedo decir que no lo entiendo, claro. Yo también he sido una sana hija del patriarcado (hasta cuando creía que me estaba rebelando).

Nunca fui una niña como las demás (siendo justos, nunca fui como los demás, en general, pero esa extrañeza se acentuaba cuando veía que no encajaba entre las chicas, mis supuestamente iguales), así que hice de la necesidad virtud. Fue fácil en una sociedad en la que lo femenino es inferior por defecto: mi estatus, fuera del grupo de las chicas, debía de ser un avance, un acercarme a lo mejor, representado por lo masculino. No ser como ellas tenía que significar que me parecía más a ellos. Y eso no deja de horrorizarme: los chicos eran horribles. Pero todos los mensajes incidían en que lo masculino era lo bueno, que las opiniones de los hombres eran más respetables, sus trabajos más importantes, sus cualidades mejores. Y yo, evidentemente, no lo cuestionaba.

Además, un pensamiento que flotaba en el ambiente era el de que las mujeres somos muy malas entre nosotras. Yo había visto a los chicos martirizar al maricón de la clase, gastarse bromas pesadísimas (que, evidentemente, no eran bromas) o humillarse por haber fallado un penalti o por haber hecho una mala elección de zapatillas. Pero bueno, eso no era malo, eso era normal. Lo malo era cómo nos tratábamos las mujeres, nuestra crueldad, lo retorcidas y sibilinas que éramos para hacernos daño (ellos no, claro, ellos nunca). Escuché en un montón de ocasiones a mis mayores (familiares, vecinas, maestras, femenino no tan genérico aquí) decir que los niños se pelean y se pegan pero al rato tan amigos, pero las niñas son más retorcidas y más crueles. Siendo nuestra violencia, evidentemente, peor que la física que ellos ejercían.

Lo que nadie se planteaba, claro, es que nosotras ejercíamos la violencia las unas con las otras de la forma que se nos permitía. Que dos chicos se peleasen era una cosa normal por la que nadie levantaba una ceja. Se les separaba y en paz. Pero pelearse no era propio de una niña, como tampoco lo era correr, o saltar, o revolcarse por el suelo, o mil cosas más. Así que purgábamos nuestras emociones negativas hacia nuestras iguales de formas más o menos aceptadas porque, como ya he dicho en otras ocasiones, el lugar de la mujer está siempre en el error y nunca hacemos nada lo suficientemente bien.

Total: que si las chicas iban a ser malas conmigo, si, de hecho, yo estaba convencida de que lo eran, y de que eran peores que los chicos, pues evidentemente era una buena cosa que me apartase de ellas y me acercase a ellos. Y, cuando aprendí a relacionarme de forma más o menos torpe, así lo hice. Y me enorgullecí de tener más amigos que amigas.

La cosa es que, cuando miro en retrospectiva, no tenía amigos. Mis amigos me dejaron tirada en el pueblo de al lado. Mis amigos (varios de ellos) se intentaron aprovechar de mis borracheras o de las de otras amigas para enrollarse con ellas. Mis amigos me instrumentalizaron para conseguir acercarse a mis amigas. Mis amigos no respetaron mis límites intentando forzarme, por ejemplo, a consumir drogas. Mis amigos me trataron con condescendencia y se rieron de mí. Mis amigos dejaron que otros hombres me tratasen mal (muy mal). Podría seguir.

Así que la cosa es que, ahora me doy cuenta, esa afirmación era mentira. Siempre he tenido más amigas que amigos. Incluso cuando mis amigas eran muy, muy pocas.

Me alegra ver, no obstante, que las adolescentes de ahora tienen esto bastante más claro.

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