Jodida, pero no sorprendida

Más barato y más eficaz que un curso de seducción

No sé cómo estará ahora la cosa, pero hace una década no era extraño encontrarse señores en interné que daban lecciones sobre cómo seducir a mujeres. Evidentemente, ellos se presentaban como grandes triunfadores entre las féminas, verdaderos conquistadores. Solían demostrarlo poniendo en práctica algunos de sus trucos, que en el mejor de los casos eran cutres y en el peor acoso sexual, y las muchachas de los vídeos que para nada eran actrices, o amigas, o a saber, caían a sus pies sin demasiado esfuerzo. Un poco de esfuerzo sí había que hacer, claro, porque ya se sabe que las mujeres, cuando dicen que no, lo que quieren decir es «insiste hasta que te diga que sí»1. Estos ejemplos no eran más que el aperitivo porque, por supuesto, estos donjuanes cibernéticos vendían cursos, webinars y toda clase de mierdas para enseñar a chavales con poco éxito entre las mujeres, habilidades sociales regulinchis y demás y, así, forrarse.

Intuyo que el éxito de estos cursos era relativo. Bajo. Prácticamente nulo. Sobre todo si uno es capaz de distinguir cuándo una mujer te está demostrando interés genuino de cuándo te está siguiendo el rollo porque está acojonada y está intentando salir de la situación de la mejor manera posible. La cosa es que esos señores con necesidad de formación para relacionarse con mujeres (vaya tela) no tenían más recurso que acudir a otros hombres porque preguntar a las mujeres qué les gusta o qué esperan debía ser algo demasiado rompedor.

Vaaaale, vale. Puede que no tuvieran mujeres a las que preguntarles. Puede que ese fuera el origen del problema2. Pero a lo mejor hay lugares donde buscar, ¿no? Me pregunto por qué a esos señores no se les ocurrió la idea de acudir a ficción femenina, por ejemplo, hecha para mujeres pero, sobre todo, por mujeres. Y sí, me estoy refiriendo a la novela romántica adulta o, como suele conocérsela despectivamente, a la novela rosa.

El otro día estaba leyendo una novela (Guía de brujas para citas falsas con un demonio, de Sarah Hawley) en la que una bruja torpe invoca por accidente a un demonio y la cosa resulta en que están condenados a estar juntos porque el demonio no puede volver a casa hasta que no haga un pacto por el alma de la bruja, cosa que ella no está dispuesta a hacer. Pues bien, mientras, en pleno ataque de ira, ella se pone a limpiar, el otro, apabullado por el desorden, le hace la cama y le dobla la ropa. Buah. Hoy, por ejemplo, he leído que el cortejo de los demonios incluye actos de servicio, tales como cocinar para la persona a la que cortejan o hacer tareas que necesiten para demostrar sus habilidades. Buah. Y hombre, evidentemente, yo no quiero que un señor que acabo de conocer se ponga a doblarme las bragas o me instale un ventilador de techo (o a lo mejor sí), pero ahí está una de las fantasías femeninas: alguien que cuide, que se haga cargo de la casa, que no se haga el muerto y haga las cosas sin que tengas que irlas pidiendo todo el rato, por ejemplo. Que a lo mejor a uno no le sale así, sin pensar, una frase del tipo «You are the bane of my existence», pero sí que hay otras cosas que se pueden aprender.

En general, hay ficción escrita por mujeres en la que los señores son absolutamente estupendos. Sí, algunos de ellos son escoceses fornidos y otros vampiros o demonios, pero el carácter está ahí. Incluso hay libros en los que los protagonistas son señores normales que no se dan cuenta de las indirectas y, aun así, consiguen enamorar a la prota.

Pues no, a nadie se le ocurrió mirar ahí. Supongo que porque son cosas de chicas, dicho así, como si oliese mal. Porque se trata de ficción menor (evidentemente una historia en la que se plasman inseguridades, miedos, deseos y ansiedades de una mujer tiene que ser algo menor, que interpele a la mitad del género humano es una minucia), de tonterías románticas (cuando la historia de amor la escribe un señor es un romance atemporal, claro). O a lo mejor es que culpar a las mujeres de ser incomprensibles y absolutamente misteriantes es mucho más sencillo que preguntarles a ellas o ir a buscar en los lugares donde se sienten libres y seguras para expresarse.

No sé, José Luis, por 20 euros aproximadamente tienes dos novelas de bolsillo que lo mismo te enseñan más cosas (y sobre todo, mejores) que el curso de Seduct0rInfalible en Youtube. Pero qué sabré yo: solo soy una chica :)


  1. supongo que asumir que las personas dicen lo que quieren decir es una cosa demasiado subversiva. 

  2. y es tan problema que yo, en los últimos tiempos, he decidido no relacionarme demasiado con señores que no tengan amigas. Tal vez esto lo desarrolle otro día. 

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