Hay en mi instituto un adolescente guapísimo. Lo pongo en cursiva no solo porque me mole mucho escribir usando markdown, sino porque es guapo, pero guapo de veras. Escandalosamente guapo. Me atrevería incluso a decir que es el adolescente más guapo que he tenido delante en mi vida. Pero parece que nadie se da cuenta. Desde luego no sus iguales.
Le conocí el curso pasado, durante una guardia. El alumno forma parte de un grupo de diversificación curricular. Para quien no esté familiarizado, son grupos destinados a atender a alumnado que presenta dificultades de aprendizaje que se acentúan en el aula ordinaria y que cubren 3º y 4º de ESO. Algunas de sus particularidades es que son grupos muy reducidos y que las materias se imparten por ámbitos (agrupando varias asignaturas para que se estudien de manera más interdisciplinar y atendiendo a saberes mínimos). Se trata de grupos bastante heterogéneos, donde puedes encontrarte a alumnado neurodivergente, alumnado que se ha incorporado de forma tardía al sistema educativo y no ha sido capaz de alcanzar el nivel requerido (normalmente por cuestiones de idioma), el alumnado que coloquialmente se dice que trabaja pero no llega, alumnado que fuera de clase no tiene un ambiente que le permita estudiar... En fin, que entre los hasta 15 alumnos que puede tener el grupo puede haber hasta 15 circunstancias muy distintas.
Te cuento esto para que entiendas que entrar de guardia a un aula de diversificación es toda una experiencia. No lo digo en un sentido negativo, en absoluto. Me encanta hacer guardias en diversificación. Primero, porque son poquitos alumnos. Y segundo, porque en esos grupos reducidos de marginados (por la razón que sea) se forma un ecosistema chulísimo. Así que siempre entro muy emocionada.
Cuando le conocí, de hecho, entré hablando en inglés (pues era la asignatura que tenían)
̣̣—Hello, darlings. How are you?
Y bueno, saltó la sorpresa, claro. Primero porque una seño que no era la de inglés estaba hablando en inglés y segundo porque si falta la seño de inglés no se da clase de inglés. Eso qué era.
̣̣—mAEstraaaaaa ̣̣—con acento en la primera sílabạ̣̣̣—, ¿qué haces hablando inglés? ̣̣—me espetó una alumna con mucho arte desde la fila del fondo.
̣̣—Bueno, como os tocaba inglés... ̣̣—dije, sonriendo.
Y entonces él, el alumno guapísimo, me miró levantando los ojos pero no la cabeza y me dijo:
̣̣—Hello, teacher.
Desde entonces cada vez que me lo cruzo, arrastrando su mochila con ruedas por los pasillos, no falta ese dulce y amable «Hello, teacher». Al que yo, por supuesto, contesto siempre en inglés. Y, si bien en aquel momento yo tampoco me dí cuenta de lo guapísimo que era este alumno (a mi favor diré que prácticamente no levantó la mirada de la mesa, a pesar de estar hablando conmigo buena parte de la hora), a fuerza de irme cruzando con él lo he ido viendo.
Tiene los ojos claros, preciosos. No sabría decir exactamente de qué color (¿azules? ¿grises?) porque son bastante esquivos, pero destacan mucho en su cara, de piel bastante morena. Sus facciones están bastante marcadas: una mandíbula fuerte, unos labios bien dibujados, los ojos (ya he dicho que son preciosos) bien enmarcados por unas pestañas oscuras y unas cejas naturalmente perfectas. Pero todas estas cosas no solían verse porque suele ir mirando al suelo y el pelo, largo, le tapaba casi siempre la cara. Además, aunque no se le note, porque camina siempre encorvado, es alto y, sospecho que tiene un cuerpo bastante normativo (tampoco puedo afirmarlo porque suele llevar ropa ancha e ir bastante desaliñado.
Así que podríamos decir que mi adolescente es guapo, canónicamente guapo, normativamente guapo (aunque no se le vea). Pero no se nota porque es raro. Estoy segura de que sus compañeros y compañeras (y no me refiero solo a los de su clase) no han reparado en él lo más mínimo. Y si no han visto que es guapo, cuando es una cosa que se detecta a simple vista, imagino que no se habrán dado cuenta de lo agradable que es charlar con él, de lo interesante que es y de lo bonita que es su voz.
Pues bien, aun sabiendo todo esto, el miércoles me llevé el sorpresón. Iba de camino a clase cuando me lo crucé, pero no lo reconocí hasta su clásico «Hi, teacher!». Entonces frené en seco y lo miré. ¡Se había cortado el pelo! ¡Ahora se veía lo bellísimo que es a simple vista, sin forma de ocultarlo! ¡Pero bueno! Evidentemente, no pude contener mi entusiasmo.
̣̣—God, I didn't recognise you! You look so handsome! The haircut really suits you, darling!
(O en castellano de Castilla: Dios, ¡no te había reconocido! ¡Qué guapo estás! ¡El corte de pelo te queda realmente bien, cariño!
Él se removió, miró al suelo, me dio las gracias. Yo insistí: estás muy, muy guapo. Él se puso rojo. No suelo incidir tanto en estas cosas (cuestiones físicas o apariencia) de mis alumnos, pero que mis niños y niñas no sean conscientes de las cualidades positivas que tienen me parece una injusticia cósmica con la que, en lo que a mí respecta, no estoy dispuesta a colaborar.
No obstante, creo que no ha cambiado gran cosa: me parece que la rareza, que no se quita por mucho que los raros lo intentemos, tapa el resto de sus cualidades. Espero que, al menos, otros raros, como la profesora que entró de guardia aquel día en su clase, sean capaces de verlo. Pareciera que los raros somos gente guay de incógnito, reconocible solo para otros como nosotros. Y bueno, yo he llegado a estar conforme con esto. Hasta agradecida.
¡Vivan los raros!
BIBAN!
Me hubiera gustado ser guapo o haber tenido la voz de Constantino Romero. Espero que le vaya bien al chaval este. 8-)
Ajolá le vaya bien. Y lo mismo lo eras y nadie te lo dijo. 🥲
Según mi definición de guay, lo raro es que les normales sean guays ^_^
Con frecuencia no lo son, no 🥲