Hoy he tenido flashes de Vietnam tras hacer un gesto de lo más inocente y cotidiano. He ido a la panadería, a comprar mi hogaza de pan de chía y algún capricho para el día (el elegido ha sido un rollo de canela). Cuando ya iba a pagar otra clienta ha pedido un producto y, evidentemente, yo he tenido que preguntar qué era. "Una barra artesana rústica con cebolla y curry". QUÉ ME DICES. Pregunto si se puede encargar y me dicen que no, que ha sido una ida de cabeza del panadero. Así que, con resignación, he pedido que me pusieran una barra. Cuando la he metido en mi tote bordada, dentro de su bolsa de papel, he visto que el pico de la barra sobresalía y, claro, no me ha quedado más remedio que pegarle un pellizco y comérmelo mientras esperaba el autobús. ¡Placer de diosas!
Pero en ese momento he oído la voz de mi madre (mi voz interna crítica siempre suena como mi madre): "Si comes pan por la calle nunca te va a salir novio". Imposible llevar la cuenta de la veces que mi madre, cuando llegaba a casa con la barra pellizcada por roer el pico por el camino, me sentenciaba con esa frase. Las primeras veces que fui sola a por el pan, antes de ir al colegio, debía de tener 7 u 8 años. Pues desde ese momento la estuve oyendo día sí y día también (porque, por algún motivo, en ese momento la perspectiva de no tener nunca novio me resultaba mucho más tolerable que la de no disfrutar del pan caliente).
Qué necesidad. Cuando me paro a pensar en la cantidad de amenazas y chantajes que padecemos para disciplinarnos por las razones más peregrinas... Sé que lo que había tras esa amenaza de mi madre era el miedo a que engordase (más, porque aparentemente desde bien pronto he ocupado más espacio del que me correspondía), pero la asociación de ideas me parece terrible. Gracias a ese tipo de comentarios (no solo por su parte, aunque sí en buena) he ido incorporando una lista de miedos bien grande: a las minifaldas, a los escotes, a hablar demasiado, a reírme fuerte, a moverme demasiado, a moverme demasiado poco, a descansar, a salir de noche, a los hombres pero también a quedarme soltera, a incomodar, a no gustar, a gustar demasiado, a la ropa de colores, a la ropa ajustada... En fin, podría seguir hasta intentar encontrar el límite de caracteres a este blog, creo. No sé si habéis visto alguna vez esos vídeos de: "¿Qué llevo en mi bolso?". Pues lo que llevamos son miedos. Fundamentalmente.
La lista era tan inmensa, la mochila tan pesada, que en un determinado momento tuve que empezar a deshacerme de carga. Bendito momento. Ahora, a mis treinta y muchos, llevo corsé, uso minifalda, ropa de colores absolutamente estrafalarios, me río fuerte... y como pan en la calle sin culpa.
Qué maravilla crecer y derramarse por encima de los moldes en los que quisieron encerrarnos.
Buen provecho. 8-)
Grasiaaaaa
Me gusto. Ante todo el placer de pellizcar el pan caliente.