Jodida, pero no sorprendida

Los adultos no somos mejores

Por alguna razón que no llego a entender (probablemente la esperanza, que siempre ha sido uno de mis vicios), de pequeña creía que, cuando fuese mayor la gente sería menos mala conmigo. Yo era una niña atormentada por el acoso de sus compañeros de colegio, sin amigas, marginada por todo el mundo, que se comía su bocadillito en una esquina del patio deseando que nadie reparase en ella (aprendí muy pronto que estar sola no es lo peor que te puede pasar). Pero eso era porque los niños son muy crueles. Cuando crecen, cuando maduran, seguro que dejan de tener tanta malicia.

Eso creía, y creo que no es algo que me pasara a mí, por ilusa. Creo que es una creencia generalizada: que las cosas de niños se curan cuando una se hace adulta, viéndose imbuida entonces de la sabiduría y la sensatez propias de la edad que la hacen a una moverse flotando cinco centímetros por encima del suelo, de lo mundano y de sus mezquindades.

Y una poca polla.

La edad no cura nada, no te reforma per se: una persona desgraciada, malvada, cruel, no deja de serlo simplemente por cumplir años. Es más: en más de una ocasión perfeccionan ese talento.

Esta es otra de las grandes decepciones de mi vida: los bullies no dejan de serlo cuando crecen, la crueldad no disminuye con los años y se puede ser igual de mezquino con 10 años que con 50.

Lo he recordado esta tarde.

Por suerte, creo, yo ahora soy un poco más lista. No estoy muy segura.

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