La semana pasada estuve en una boda. No una boda cualquiera: la boda de una gran amiga. Incluso (todavía no me lo creo) fui bendecida con una distinción especial junto con otras pocas personas, un agradecimiento por, no sé, supuestamente haberla apoyado y acompañarla durante la locura que ha sido la preparación de esto. Ya ves tú, la compañía que le he podido hacer, a más de 2500 kilómetros de distancia... Pero bueno, sirva el detalle para dejar claro que fue una boda especial, la boda de alguien importante en mi vida, una de esas bodas por las que te coges el coche al salir de currar y te tiras 6 horas en carretera. Eso.
La cosa es que la primera vez que yo vi a mi amiga en vivo y en directo llevaba el traje de novia puesto. Y no porque la acompañase a una prueba: qué va. Mi amiga y yo coincidimos espaciotemporalmente por primera vez el día de su boda. Conocí a su marido el día de su boda (mención especial a mi broma recurrente de repetir «me gusta mucho pa mi amiga este señor, ojalá se casen»). La abracé, por primera vez, el día de su boda. Curioso, ¿eh?
Bueno, probablemente a ti no te lo parezca tanto. Si estás leyendo esto es porque, probablemente, eres una persona acostumbrada a habitar las aguas del interné de una forma poco mainstream y, me atrevo a deducir que esa idea de querer mucho a alguien con quien nunca te has tomao ni medio café no te es ajena. Pero cuando contaba la movida recibía miradas raras. Y yo lo entiendo, ojo. Pero no me importa, ni me molesta. Lo que me siento es muy afortunada de haber podido encontrar a gente tan estupenda, con la que vibro tan bien, y que vayan a enriquecer mi vida durante el tiempo que sea. Y eso, sin Interné, no podría ser posible.
No recuerdo cuándo conocí a Ana, ni cómo. Sé que fue en Twitter, pero no me preguntes más de las circunstancias. Tampoco sé cómo empezamos a hablar más, y más, y cómo acabamos tejiendo esa intimidad que tenemos (y que consiste básicamente en que mi amiga, que es la reina de la socialización y que controla el calendario vacunal, las vacaciones y la talla de pie de todo el mundo, me hace el seguimiento y yo, una vez hecho eso, le doy conversación y la quiero mucho xD) ni cómo llegó a posicionarse entre las personas importantes de mi vida. Sé que ocurrió, y aunque me dé un poco de coraje no tener los elementos necesarios para reconstruir nuestra historia completa, el relato de esto, me vale con que sea real.
Porque es real. Esa distinción «amigas de la vida real» vs. «amigas de interné» no hace referencia a ningún elemento cualitativo, sino más bien a una cuestión circunstancial: tengo amistades con las que he acabado compartiendo espacio físico y tiempo y otras con las que solo he podido compartir tiempo y espacios virtuales. Y no me da vergüenza decir que, en multitud de ocasiones, han sido estos últimos los que me han salvado el momento, el día, la semana, el curso o incluso la vida.
En estos días he mirado mi palomita de cerámica mucho (el detalle que te decía que los novios nos dieron a unos cuantos afortunados) y he pensado cómo todo fue normal. Cómo la abracé como si fuera lo lógico, cómo hablamos como si no fuera la primera vez que nos escuchábamos las voces sin mediación de un aparato, como lloré de felicidad en varios momentos viéndola feliz y enamorada, sabiéndola valorada y querida. Y, aunque no es mi primer rodeo en esto de las amistades de interné, no deja de sorprenderme a ratos.
Escribo esto pensando en ella, en mi Ana, a la que le huele el culito a luna de miel ahora mismo, pero pienso en mi comuna sáfica, en mi Rosa (años y años y años de amistad, más de una década, y aún esa Estrella Galicia pendiente), en Mariache, en mis señoras taradas, en mi Alberto... En gente que es parte de mi día a día, porque lo es, sin que el espacio nos haya juntado. Y me alegro muchísimo del potencial de la tecnología para unirnos, para dejar que nos queramos, a pesar de los impedimentos.
Y mira, entre tanta IA y tanta cosa, no todo iba a ser malo.
Lo que ha unido interné, no hay mundo que lo separe.