Jodida, pero no sorprendida

Lo humano universal.

El otro día tuve una interacción que me resultó bastante dolorosa. Nadie pretendía hacerme daño, pero cada vez que una esquirla de esperanza me es arrancada me duele como si no me quedase más. Te cuento (si te quedas).

En el club de lectura de fantasía, ciencia-ficción y terror en el que estoy este año la coordinadora ha programado la lectura de La educación física de Rosario Villajos. Llama la atención, porque, a priori, no cae bajo ninguno de esos géneros, pero, en efecto, es una novela de terror y ha conseguido mantenerme en tensión y provocarme miedo más que muchas novelas de Stephen King, por poner un poner. La premisa: una chica ha tenido que volverse a la ciudad repentinamente, después de que haya pasado algo en casa de una amiga, y no le queda más opción que hacerlo haciendo autostop. Como dato para enriquecer el contexto, son los 90, poco después del crimen de las chicas de Alcàsser.

¿Te provoca a ti una punzada de inquietud? A mí desde el principio. Tenía terror, porque la sospecha de que a esa chica que iba a pasar algo (algo más, en realidad), de que no iba a llegar sana y salva a casa no se me iba de la cabeza. A esto podemos sumarle una madre que es la versión realista de la madre de Carrie (sin el fanatismo religioso, que no hace falta para dar mucho miedo). El libro consigue transmitirte perfectamente la sensación de no estar a salvo en ningún sitio (en ninguno) de esa chavala de 16 o 17 años.

No pude acudir a la reunión en la que se comentó el libro por estar haciendo la estúpida trabajaceón para ganarme la estúpida vida (qué expresión más horrible), pero me han contado que fue movidita, no solo por el señoro de turno (si en su grupo de lectura o de lo que sea no hay un señoro, se le asignará uno de oficio) sino porque una componente del grupo reaccionó tan mal al libro que, al principio, incluso se negó a comentarlo. Acabó finalmente diciendo que ese tipo de libros nos enfrentan, que esas cosas en realidad no pasan (recuerdo que una cosa a la que se refiere el libro es el crimen de Alcàsser, que supongo que yo recuerdo porque estoy alucinando, como cuando recuerdo a Marta del Castillo, a Nagore Laffage o a Diana Quer, por poner un poner). Pero esto no es lo que me dolió. Qué va. Con esto cuento.

Estaba comentando la reunión con un amigo y miembro del club de lectura. Me contaba que el señoro de turno había buscado apoyo en él y en otro chaval, y que no lo había encontrado (bien), que la otra compañera parecía más enfervorecida incluso que el señoro y me decía que le habría encantado que yo estuviera allí. También me lo ha dicho mi amiga, que es la coordinadora: todos contaban con la señora difícil, con la feminista que ya está hasta el mismísimo coño de hacer pedagogía y guardar las formas. Casi que siento un cierto orgullo de que eso sea lo que piensan de mí. La cosa es que después de todo eso le pregunté por el libro. Y ahí empezó el problema.

Mi amigo, que no se tiene por un señoro, que no es un machista militante, me dijo con muy buenas palabras que entendía por qué ese libro era necesario, que estaba muy bien que se hubiese escrito, pero que no le había dicho gran cosa, que no había empatizado. Le miré con horror. «A ver» añadió, supongo que para arreglarlo, «es que yo no puedo empatizar con el libro como vosotras».

Supongo que no ve problema en creer que toda obra, para que resulte significativa, tiene que permitirle empatizar. Que no tiene por qué. Puedes introducirte en la historia de esa chavala que puede que no llegue entera a su casa sin necesidad de empatizar. Si necesitas sentir algo mientras lees (como me pasa a mí, cuando leo por placer) puede ser compasión, preocupación, miedo u otras cosas. No obstante, manda cojones que los señores puedan empatizar con superhéroes o personajes de fantasía que son nobles, ricos y fieros guerreros, pero no con una adolescente normal. A ver si es que no les sale de los huevos empatizar con ella...

Lo cual me lleva a la segunda cuestión a tener en cuenta y a mi contestación. «¿Me estás diciendo» respondí, creo que evidentemente dolida aunque intenté esconderlo, «que nosotras tenemos que conseguir empatizar con los miles y miles de protagonistas masculinos, con las historias de señores, porque siempre se han entendido que representan lo humano universal, y vosotros no sois capaces de hacer el esfuerzo intelectual y emocional de poneros en el lugar de un personaje femenino de lo más normal y corriente? Manda huevos, querido...» Mi amigo intentó seguir hablando del tema, pero yo lo dejé. De verdad que me dolió como una puñalada: tuve la sensación de que en realidad no contamos con nadie, que seguimos estando solas, y que lo de ser aliados, en el mejor de los casos, solo supone que no nos van a putear activamente, pero esfuerzos los justitos. Ni siquiera intentar meterse en un libro.

Y es que, de verdad, me toca profundamente la moral, por no mencionar otras cosas: yo no soy un hidalgo que se vuelve loco por leer demasiadas novelas de caballerías, ni un joven ambicioso que intenta medrar en la alta sociedad francesa, ni un héroe griego que se escuda en [un pobre sentido de la orientación] la voluntad de los dioses para quedarse por ahí ciscándose señoras y viviendo aventuras en lugar de volver a su puñetera casa... Bueno, creo que se pilla la idea. Sin embargo, se ha esperado de mí (de nosotras) que saque enseñanzas y aprendizajes de esas novelas, que me deje conducir por esos señores protagonistas, que empatice, simpatice o me compadezca de ellos, sin importar cuál sea mi condición porque, por supuesto esos héroes o antihéroes, esos protagonistas, esbozan algún aspecto universal de la humanidad. Cosa que, por supuesto, no puede hacer una protagonista femenina. Al parecer.

Gloria Fuertes renegaba del término poetisa, porque se utilizaba ese vocablo para referirse a las mujeres que escribían poesía para mujeres: cosas sentimentales (los poemas son sentimentales si los escriben señoras, si los escriben señores son grandes poemas de amor), cuquis, ya me entiendes, cosas de mujeres. Ella siempre prefirió que la llamaran poeta (como yo, por la misma razón). Durante mucho tiempo la literatura escrita por mujeres ha parecido estar escrita también para mujeres: no escribíamos cosas que los hombres encontrasen de interés. Y, al parecer, la cosa sigue siendo así.

A lo mejor es que no les interesa nada que no hable bien de ellos. Para qué vamos a hacer el esfuerzo de mirarnos al espejo, ¿verdad? Así evitamos el riesgo de ver algo que no nos guste.

PD: Disculpa las erratas, no tengo tiempo de repasar el post. Tengo que acudir a una estúpida reunión de mi estúpido trabajo.

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Comments
  1. Chuck! — Apr 2, 2025:

    Toda la razón, y… a ver, si soy capaz de ver que "no puedo empatizar igual que vosotras" es que veo el problema, que soy capaz de entenderlo, pero no empatizo porque no me da la gana, o porque no me esfuerzo o por que no me interesa o porque no siento que vaya conmigo, que al final es to lo mismo.

    Que encima buscase "la protección" o el apoyo de los otros señores, pues tb creo que muestra que no es que no veamos las cosas, es que no nos da la gana.

  2. jodidaperonosorprendidaApr 2, 2025:

    Son dos cosas distintas. El del apoyo fue un señoro patanegra premium. De ese sí que no esperaría nada.

  3. Pau — Apr 3, 2025:

    Tu sentimiento de dolor, indignación, alienamiento y desesperanza son comprensibles.

    También te digo que el chico fue sincero contigo y su reacción emocional al libro es la suya. Poniéndote espectativas sobre cómo los hombres deberíamos reaccionar al contacto con relatos de experiencias femeninas es muy probable que sientas decepción.

    Pero bueno, que yo vengo a decir que la incapacidad de empatizar con historias de este tipo no es significativa de una falta de feminismo. Simplemente indica que este hombre, como yo, como la inmensa mayoría, nunca hemos experimentado ese miedo que a vosotras os resulta tan tristemente familiar de no llegar entero a casa, de que alguien me pueda hacer algo. Si yo salgo de fiesta, no se me ocurre preocuparme por si la chica que me mira me mira como a una presa: no me ha pasado nunca. No tengo experiencias de las que tirar para tener empatía con alguien que sufre eso. Puedo tener compasión, como tú bien dices. Puedo tener consideración. Pero nunca he vivido nada parecido, así que ¿cómo voy a empatizar?

    Quizá estamos hilando muy fino y buscando los límites de la semántica, la diferencia entre empatizar como reconocer las emociones ajenas y empatizar como revivir emociones propias que vienen de recuerdos propios cuando las vemos en otras personas.

    En mis ojos de hombre blanco hetero y cis, que tu amigo entienda que libros como ese son necesarios, y que pueda entender, a diferencia de la chica aquella, que estas cosas pasan y hay que darles visibilidad para estar vigilantes, ya es mucho más de lo que te va a dar el hombre típico.

    Que no quiero caer en "deberías estar agradecida", porque ja ja, volvemos a lo mismo. Pero puede ser más sano para tu propia salud mental y para mantener buenas vibras en comunidades como tu grupo de lectura, que pongamos el foco en lo que estamos consiguiendo avanzar, en lugar de cuánto nos queda para llegar al listón que alguien ha puesto y ha dicho que menos que esto no es feminismo suficiente.