Se me había olvidado lo que era tener una relación afectiva de corte romántico sin que los celos estuviesen de por medio. Te lo prometo. Creo que la última vez que vivi algo así fue a los 16 años. No me había vuelto a pasar. Durante toda mi vida mis relaciones han estado marcadas por la sombra de la inseguridad de mis parejas o su deseo de control sobre mí. O ambas, que lo descortés no quita lo cobarde. Hasta tal punto llega la historia que ahora mismo no para de sonar en mi cabeza ese trozo de «Bohemian Rhapsody» que dice is this the real life or is it just fantasy?
(si ahora estás canturreando «Bohemian Rhapsody» eres mi tipo de gente xD)
El sábado pasado salí a airearme. Mi intención era darme un paseo por algunas cruces escogidas, bailar un poco, beberme el primer rebujito de la temporada... Ya sabéis, el deseo este de tener una noche entre folklórica y rumbera que nos asalta de vez en cuando. La cosa salió medio qué, porque bueno, a pesar de la lluvia, del viento, del fresquete, al final conseguí cumplir parte de mis propósitos. Y hasta tuve una sorpresa: volví a ver al chico de las castañuelas (inserte aquí mirada arrobada)
El chico de las castañuelas es un muchacho que vi el año pasado, en cruces también, bailando sevillanas mientras tocaba las castañuelas. En verdad os digo que los calores que me dieron no fueron normales. Pues bien, este año VOLVÍA A ESTAR AHÍ, con sus castañuelas, bailando con una señora preciosa, con un arte... Abuf. El stendhalazo fue una cosa tremenda y, pa qué negarlo, muy poco elegante: empecé a babear por lo bajini, a resoplar, a mirar fijamente... Esas cosas que no deben hacerse pero es que NO LO PODÍA EVITAR. Todo esto al lado de #ingeñero.
Ahora me imagino la escena con algunas de mis ex-parejas. No acaba bien. Acaba en distintos grados de mal, desde muy mal hasta regulinchi. Pero nunca bien. Pero #ingeñero estaba divertido viéndome disfrutar de la belleza de esa pareja de bailarines.
Ya nos íbamos cuando empezaron a bailar, así que al acabar el baile le dije a #ingeñero: «No me puedo ir sin decirles lo que me han hecho sentir, lo bonito que lo han hecho». «Vale, ve, aquí te espero», respondió él. Y cuando, después de declarar mi devoción a los artistas involuntarios volví a su lado, me pasó la manita por la espalda como diciendo: «Estoy orgulloso de que hayas hecho eso, bravo por ti».
Una vez alguien me dijo que tenía que dar gracias por los celos, que es mucho peor dejar de importarles,. Pues mira, ocurre que puedes seguir padeciendo celos cuando ya no les importas, y eso ya lo sabía. Pero es que ahora sé también que la ausencia de celos no hace que una sienta que importa menos.
Señoras, de esta sensación ya no se vuelve.