El otro día hablaba con compañeras de trabajo cómo pesa a los andaluces la etiqueta de vagos. En el sistema educativo, por ejemplo: la particularidad del sistema educativo andaluz es que el recreo es no lectivo, por lo que nuestros adolescentes están media hora más en el instituto: de 8.30 a 15.00. También somos de los que acabamos el curso más tarde, por ejemplo. En fin, que por mucho que nos resistamos, intentamos sobrecompensar la fama de vagos. Que es eso, mera fama.
Lo mismo nos ha pasado a las mujeres. Con eso de que somos el sexo débil hemos tenido que hacernos las fuertes en exceso. Algunas mujeres, especialmente en la generación anterior a la mía, han tenido que desprenderse de mucho de lo que se identificaba como femenino y empaparse de masculinidad de la peor calaña para constituirse en mujeres fuertes, capaces e independientes.
En los últimos tiempos trato de vez en cuando con una de esas mujeres fuertes. Estudió una ingeniería en los 70, la única mujer de su promoción. Cuando le pregunté por las dificultades: ninguna. Ella estaba estupendamente entre hombres. Cuando hablamos de salud mental despacha la depresión como un signo de debilidad, especialmente en las mujeres. Y hoy me preguntó qué tal estaba y yo me quejé. Porque yo también hubo un tiempo en el que me creí que tenía que ser una mujer fuerte, esto es, fingir que no me dolía nada, que todo iba bien, que podía con todo sin problema. Pero no, ya no más. Ya me quejo, y lloro, y pataleo. Y acabo haciéndolo, porque no hay quien me lo haga, pero que se sepa lo que duele. Después le pregunté a ella, porque le está pasando de todo últimamente. Y por últimamente vendrá siendo durante el último año. «Cansada», me dijo, sin más. Yo quise interesarme más, dejar que se desahogara, yo qué sé. Pero ella se ha cambido el tono de voz y su energía, lo he notado hasta a través del teléfono, he sentido cómo forzaba la sonrisa, y ha dicho:
—Bueno, nada, nos pintamos los labios y como si no pasara nada.
Pues yo lo siento. Renuncio al título de mujer fuerte si hace falta. Pero yo ya estoy harta de fingir que no pasa nada. Porque pasa. Y, aunque sea incómodo, va a verse. Por lo menos, por mi parte.
Lo de que se asocie personas fuertes a las que aguantan hasta caer rendidas es tremendo. A mí me parece más fuerte ser conscientes de nuestro propio aguante y en un determinado momento reajustar cosas. Es fuerte e inteligente.
Es más sano, desde luego. Ese concepto de fortaleza tan masculino es una trampa.