Jodida, pero no sorprendida

La importancia de estar

Este post podría ir de lo importante que es estar ahí para la gente cuando nos necesita, pero no, no va de eso: va de la importancia de estar en el relato de los hechos, en el discurso de agradecimiento, en los créditos de la película. ¿Por qué? Porque a lo mejor así, poco a poco, acabamos con el discurso falso y maldito de la meritocracia, con las historias de triunfo de hombres hechos a sí mismos (mientras sus grandes mujeres están detrás lavándoles los calzoncillos, criando a sus hijos, corrigiéndoles los discursos...) y con la épica del lobo solitario, que ya han hecho bastante daño.

Nadie triunfa solo.

En los últimos tiempos he tenido el orgullo ajeno de ver cómo un par de estudiantes han aparecido en medios locales por sus logros académicos. Ese orgullo ajeno se ha visto tremendamente incrementado al ver cómo mis chavales no ahorraban palabras de reconocimiento para las personas que les han ayudado por el camino. Uno de ellos, cuando le pidieron una fotografía para ilustrar su entrevista, envió un selfie que se había hecho con su profesora porque quería que tú también aparecieras en el periódico, profesora, sin ti no habría podido (cita literal, me lo contó la profesora implicada). Me alegra ver que estos chavales no ceden a la dialéctica del triunfador solitario, del lo he conseguido todo con mi esfuerzo, del no debo nada a nadie ni tampoco al sesgo del superviviente. Son perfectamente conscientes de que han llegado donde están aupados por otros, apoyados por otros, de la mano de otros. Y lo honran con sus palabras, porque...

...lo que no se nombra no existe.

Aunque no me gusta esa frase, en esencia es cierta. Lo que no se nombra existe, claro, pero es como si no existiera. Permanece invisible e invisibilizado (porque se oculta deliberadamente) y eso tiene un impacto en la realidad. A lo mejor si los grandes hombres que triunfan diesen las gracias a la no-tan-gran mujer que les lava los calzoncillos las cosas nos habrían pintado de otra forma. No me digas que no molaría que, en cada artículo científico, cada novela, cada plano de un edificio, apareciese un apartado de agradecimientos: a las personas que me lavaron la ropa, que me prepararon la comida, que despejaron mi día de ciertas tareas para que yo pudiera dedicarme a hacer esto, que aguantaron mis ataques de nervios y mis caídas. Y, ¿por qué no? También cada evento cotidiano: el ascenso en el trabajo, la finalización de una tarea, la resolución de un problema, la superación de un conflicto. Nada de eso (si tenemos suerte) lo hacemos del todo solos. Probablemente nuestra vida se parecería a una gala de premios, con tanto discurso, pero tal vez es eso justo lo que hace falta porque...

...el discurso construye el pensamiento.

Nos han educado en una lógica individualista: en la naturaleza sobrevive el más fuerte, o el más apto, o lo que sea, pero hablamos de un el (jeje, no obviemos el masculino genérico, claro). La fecundación se produce porque hay una competición de espermatozoides que acaba con el triunfo de uno de ellos. El mundo tiene que ser un lugar cruel, inhóspito y competitivo porque la naturaleza también es así: uno está solo consigo mismo. ¿O es así el mundo porque decidimos contarnos esos relatos? Se sabe, por ejemplo, que la colaboración en la naturaleza es importantísima, incluso entre especies, y que los espermatozoides colaboran al desplazarse hasta encontrar al óvulo, por ejemplo. Habría que preguntarse a quién benefician esas narraciones épicas de guerreros solitarios y su transposición a nuestro mundo.

¿Qué pasaría si empezásemos a incluir en nuestro discurso el reconocimiento a quienes estuvieron, de modo que su presencia esté en nuestra vida y en nuestras narraciones? A lo mejor no pasaba nada, es posible. Pero también es posible que se normalizase la idea de que todas las personas necesitan ayuda, que la necesitamos con muchísima frecuencia, para cosas simples y complejas, para superar una enfermedad o para configurar el wifi del trabajo en el móvil. Entonces, a lo mejor, pudiera o pudiese ser, que dejásemos de sentirnos débiles, incapaces e inadecuadas por no ser superpersonas que pueden hacerlo todo solas mientras siguen manteniendo el cutis perfecto y la sonrisa en alto. Quién sabe.

Ya digo, lo mismo daba igual, lo mismo no cambiaba nada, pero ¿qué puede perderse? Tal vez valga la pena intentarlo, ¿no? "Pues el otro día me compré un vestido y me vino súper bien que menganita me aconsejara", "Madre mía, qué sitio más chulo me descubrió fulanita", "Si no llega a ser por zutanita, me tiro toda la semana trabajando en una cosa que luego no iba a valer para nada". No queda tan raro, no queda tan forzado. Y reconoce la importancia de la gente que nos ayuda. Si eso, además, ayuda a cambiar, aunque sea levemente, el relato dominante y a hacer de nuestro entorno un lugar algo más acogedor...

Sí, ya sé. Demasiada pasión por lo mío. Créeme que nunca he sido ambiciosa, pero no puedo dejar de fantasear con que pequeños gestos de este tipo pueden suponer cambios enormes. Déjame soñar, anda.

Thoughts? Leave a comment