Últimamente ando muy satisfecha conmigo misma. Estoy manejando mi ansiedad estupendamente (hay poco que manejar, me encuentro en un estado de calma inaudito en mí, ni siquiera en vacaciones alcanzo este nivel de zen). Llego al final del día y de la semana laboral con un nivel de energía que no recuerdo haber tenido desde que estudiaba en la universidad. Estoy dicharachera, divertida, ingeniosa. Disfruto de las cosas buenas y puedo abordar las malas de una manera serena. Me gustaría poder acabar este párrafo echándome flores, pero me temo que el nombre de la responsable de esta transformación no es el mío, sino otro bien distinto: sertralina.
Así que esto era lo de ser la mejor versión de una misma, ¿eh? Curioso. Interesante. Jodidamente agradable. Yo quiero que esto dure para siempre. Esta quietud, este bienestar, me hacen ser consciente del nivel de malestar con el que funciono normalmente. ¿Cómo he sido capaz de aguantar tanto? ¿Cómo no me he roto antes? No logro concebirlo. Tan maravillosa es esta sensación, esta manera de estar en mi piel, que se me ha pasado por la cabeza no dejar las drogas nunca, jamás, never-ever. Y no es que no estén teniendo efectos secundarios, qué va: el más acusado es el que me ha robado algo que me hacía felicísima, el intensísimo disfrute del sexo en el mejor momento erótico de mi vida. Manda cojones. Pero si ese es el precio a pagar por esta ligereza, por esta liviandad, sea.
Pero claro, esto no es sostenible: no puedo abrazarme a las pastillas durante lo que me resta de vida. Cada día que pasa es un día menos que le queda de vida a esta versión de mí que tanto me gusta, un día menos para volver a sentir el mundo en la totalidad de su estrundoso volumen. Espero que, al menos, también sea un día menos para volver a encontrarme con mis esplendorosos orgasmos aunque, ahora mismo, no sé si me compensa.
Nota de la autora: Claro que sé que lo idoneo sería que el mundo bajara el volumen, pero eso no pasa. Soy yo la que tiene que estar con tapones en los restauratnes si no quiere pasarse la vida encerrada en casa. Soy yo la que tiene que tomar psicofármacos si quiero volver a ser funcional después de una crisis. Y soy yo la que no quiere volver a la situación en la que cada día era una carrera de obstáculos. Esto es, al parecer, lo que hay.
No te retes por que te tocó un nerf biológico. Son cosas que pasan.
Ojalá te llegue luego el momento donde puedas elegir 'todas al anteriores' para las cosas que te hacen feliz, sin ninguna desventaja ni sacrificio adicional.