Jodida, pero no sorprendida

El reloj biológico (o cómo mi cuerpo no entiende los múltiples condicionantes que atraviesan el hecho de ser madre en las sociedades patriarcales y tardocapitalistas)

De vez en cuando escribo algo y alguna persona (generalmente mujeres) me dicen: «Qué bien que se hable de esto» o «Poco se habla de esta movida». Y es verdad. Tendemos a no hablar de las cosas que nos pasan por interpretarlas como algo propio, individual y, con frecuencia, causado por algún defecto nuestro. Nos avergonzamos o sentimos que lo que nos pasa no es importante, tal vez porque estamos acostumbradas a no identificarnos con el universal humano (que es masculino) o, más bien, que el universal humano obvie sistemáticamente nuestras experiencias.

Por eso creo que un acto profundamente feminista es hablar. Primero, porque generalmente se nos ha conminado a guardar silencio, a no molestar, a dejar que hablen los que saben (y, evidentemente, esas no somos nosotras, nunca somos nosotras) o se han devaluado nuestras historias. Segundo, porque al hablar a veces (muchas veces) nos damos cuenta de que lo que me pasa resulta que nos está pasando a unas cuantas, que no es un problema individual sino, en mayor o menor medida, colectivo y, en esa medida, tengo en quien apoyarme o, como poco, al menos puedo no sentirme absolutamente extraña y sola.

Así que hoy voy a ponerme un poco en evidencia para hablar de una de estas cosas de las que creo que no se habla o, al menos, no lo suficiente: El puñetero reloj biológico. Así es como lo llamo yo, al menos.

Cuando la gente habla del reloj biológico suele referirse a una especie de reloj de arena que se agota cuando la mujer deja de ser fértil. Es decir, lo usan como una forma más fina de decir que no te estés mucho, que el arroz se te está pasando. Algo así. Lo que yo no pensaba es que eso fuese algo verdaderamente biológico, que se notase en el cuerpo, que esa premura por reproducirse antes de un determinado momento fuese a ser algo que me hiciese pasarlo tan mal, especialmente cuando hace tiempo que decidí que no iba a ser madre.

Los síntomas empezaron pasados los 30 años. La cosa empezó porque se me iban los ojos detrás de los bebés. Mientras no tuve bebés alrededor pude obviarlo, pero en cuanto mis amistades empezaron a procrear y llegó el primer bebé... Madre mía. Tenerlo en brazos, o incluso cerca, era como sentir una descarga de tranquilizantes: todo estaba bien en el mundo. La cosa se agravó con el segundo bebé o tal vez yo lo noté más, porque lo estaba pasando bastante regulinchi a nivel de salud mental (así que el chute de hormonas felices me venía de perlas).

A eso se unieron, por esa fecha, otros síntomas. Por ejemplo, un ciclo menstrual absolutamente marcado por distintos síntomas: desde el momento en el que todos los hombres del mundo eran susceptibles de parecerme absolutamente atractivos (la ovulación) hasta el momento en el que mi vida estaba mal al completo y lo mejor que podía hacer es quitarme de enmedio (el síndrome premenstrual). Las reglas empezaron a ser más incómodas, no tanto por lo dolorosas (aunque a veces sí), sino porque venían acompañadas de síntomas que no había tenido antes: dolor de piernas, de cabeza, malestar estomacal, rechazo a ciertos olores o alimentos... No todos se dan en todas las reglas, pero bueno, se van repartiendo como buenamente pueden.

Es desagradable. Lo es porque es como si tu cuerpo fuera en tu contra: yo sé racionalmente que no quiero tener hijos (no, al menos, en estas circunstancias), que hay muchas posibilidades de que eso nunca ocurra, y entiendo que eso no me hace menos mujer, peor persona, ni nada por el estilo. Racionalmente no vivo mi no-maternidad como una carencia. Pero mi cuerpo se empeña en recordarme que no soy madre, en mandarme señales hormonales que me inducen estados de bienestar asociados a la crianza, que me generan un deseo irrefrenable de reproducirme (alabados sean los anticonceptivos). Y, a pesar de que esta sensación no me es ajena , pues cualquier persona que haya batallado con la salud mental sabe, al menos hasta cierto punto, lo que es sentir que hay varias personas dentro de ti batallando, esta es, sin duda, la más persistente batalla que he padecido. Y la que más me está tocando la moral, aunque sea únicamente por esa insistencia.

Durante muchos meses pensé que estaba loca, que estaba perdiendo la cabeza. Pero entonces hablé, pregunté a un grupo de amigas con las que compartía dudas, experiencias y demás, si a alguna de ellas le había pasado algo parecido. Y sí. No había sido la única. A una de ellas, incluso, le pegó más fuerte que a mí, llegando a montar el cuarto del bebé y tomando medidas para quedarse embarazada. Cuando por fin pudo hacerlo, el impulso se había ido y ese bebé nunca llegó. Tuvo una especie de enajenación mental que duró algo más de un año. La mía es menos intensa, pero más larga. Va y viene. Recuerdo que en algún momento se me ocurrió desear la llegada de la menopausia y una de estas amigas me dijo que mejor no, que la cosa no mejora, que es otra forma de sentirte escindida y disociada, una persona distinta a la que eras. Qué maravilla ser mujer, ¿verdad?

Así que nada, hoy quería hablar de esto. No es tan cuqui, ni tan profundo, ni tan tierno como otras cosas que suelo escribir. Tampoco es sesudo, ni incendiario. Simplemente es algo que me pasa, aunque no a mí sola, y que puede ser que le esté pasando a alguien más sin saber muy bien qué le ocurre. Pues bueno, aquí lo dejo, por si sirve de ayuda.

Para acabar, contaré algo que me enseñó ayer una amiga. Me contó que solo 3 especies, de las más inteligentes, además, tienen menopausia. Que eso ocurre porque en estas especies, además de la multiplicación de los individuos de la especie, es importante conservar la información acumulada. Por eso, cuando una hembra llega a una cierta edad, parece que el embarazo y el parto suponen un peligro demasiado grande teniendo en cuenta la cantidad de información que esa hembra puede transmitir, así que se pulsa el botón de autodestrucción en los óvulos restantes. Curioso, ¿verdad? Sobre todo me resulta curioso que mi cuerpo entienda que todavía no sé suficiente como para que mi muerte en el parto suponga un problema. Tanto leer para esto...

PD: Este post ha sido escrito en un estado emocional regu y no ha sido revisado en absoluto, así que perdoncito por cualquier errata, falta de concordancia y esas cosas. Estoy que no doy pa más. :_) Pero me apetecía escribir.

Thoughts? Leave a comment

Comments
  1. Ari — Feb 2, 2025:

    Por favor, me alineo totalmente con tu sentir. En eso de reproducirse, además, siento que quiero hacerlo, pero no ahora, pero no podré más adelante, ya lo haré más adelante, no me apetece, qué necesidad hay de traer más gente al mundo, si no lo hago ahora no lo haré más adelante, mis óvulos se degradan, si tardo más tendré que lidiar con una criatura salvaje estando físicamente petada, pero es que no me apetece... Y así va mi cerebro, que está exhausto, agobiado, triste, cansado...

  2. jodidaperonosorprendidaFeb 2, 2025:

    Y al final, "selebro" frito jaja

  3. Menta — Feb 2, 2025:

    Yo nunca me había planteado tener un bebé. Siempre lo he tenido como muy claro, y estoy notando como unas fuerzas invisibles diciendo heeey. Estamos aquí. Me da miedo que avance hasta lo que tú estás contando. También me siento identificada con el otro comentario. He pasado del no absoluto al no lo sé, y eso es doloroso porque empiezo a no estar en edad para planteármelo y uggg. Esto no mola. ¿Estamos bien? Estamos bien respira

  4. jodidaperonosorprendidaFeb 2, 2025:

    No sé si estamos bien pero al menos no estamos solas.

  5. Águeda Gómez Fernández-Henarejos — Feb 7, 2025:

    Doy por hecho que has leído "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir. Irremediablemente eres la unión de biología y cultura. Lo que sientes (fruto y en relación con tu cuerpo) y lo que piensas (resultado de la sociedad en que vives) no hay por qué transformarlo en un conflicto sino en lo más natural de un ser-mujer viviente hoy. Tus decisiones conscientes son actos, lo que hay. Te limitarán y harán que pierdas los resultados de otras decisiones. Millones de mujeres abrazan y no se resisten a escuchar su biología y deciden disfrutar de lo que socialmente supone ser madre. Damos gracias a nuestra civilización por dejarnos decidir libremente las dos cosas y no estigmatizarnos. Otras no lo hacen.

  6. Águeda Gómez Fernández-Henarejos — Feb 7, 2025:

    Doy por hecho que has leído "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir. Irremediablemente eres la unión de biología y cultura. Lo que sientes (fruto y en relación con tu cuerpo) y lo que piensas (resultado de la sociedad en que vives) no hay por qué transformarlo en un conflicto sino en lo más natural de un ser-mujer viviente hoy. Tus decisiones conscientes son actos, lo que hay. Te limitarán y harán que pierdas los resultados de otras decisiones. Millones de mujeres abrazan y no se resisten a escuchar su biología y deciden disfrutar de lo que socialmente supone ser madre. Damos gracias a nuestra civilización por dejarnos decidir libremente las dos cosas y no estigmatizarnos. Otras no lo hacen.

  7. jodidaperonosorprendidaFeb 8, 2025:

    Yo doy por hecho que sabes leer comprensivamente, que es mucho más básico. No sé dónde ves la estigmatización. Narro una vivencia que a mí me resulta conflictiva, a ver si no voy a poder tener conflictos.