Jodida, pero no sorprendida

El puñetero término medio.

Ahí es donde reside la virtud, en ese barrio residencial exclusivo al que tan pocos tienen acceso. Ahí es a donde todas queremos llegar: a que nos importe sin que nos duela demasiado, a aprovechar el tiempo sin cansarnos, a sentir sin saturarnos, a ... Bueno, creo que se pilla la idea.

Recuerdo la contractura mental cuando investigué sobre la ética del cuidado: resulta que las mujeres y los hombres no nos desarrollamos de igual forma en términos morales. Aunque en los primeros estadios, en la infancia, nuestra motivación para obedecer las normas morales sí es la misma, a medida que nos desarrollamos cambia. Y no, no es que los hombres sean de Marte y las mujeres de Venus, es que desde antes de nacer1 ya se nos está socializando de forma diferente, se nos somete a exigencias bien diferenciadas en cualidad e intensidad y en fin, qué te puedo explicar que no sepas ya o con lo que no vayas a estar de acuerdo. La cosa es que las mujeres, cuando pasan de los primeros estadios de desarrollo moral, empiezan a obedecer normas bajo el imperativo del cuidado: atender a las expectativas (que cuando se proyectan sobre ellas tienen que ver con poner a los otros primero) y asegurarse de procurar el bienestar de los que les rodean. Y claro, en ese proceso es inevitable perderse. Así que mientras en ellos la autonomía moral consiste en ser capaces de darse normas universales de forma absolutamente racional, para ellas consistiría en conjugar ese imperativo de cuidado a otros con el cuidado de sí. El puñetero término medio otra vez.

A mí me gustaría tener acceso a ese barrio, de verdad. Ser virtuosa, very mindful, very demure, pero no encuentro la manera, y el mero hecho de intentar buscar ese término medio me suele arrastrar a los excesos.

Por un lado, vivo en un mundo en el que tengo que demostrarlo todo mucho más que otras personas porque la capacidad a otros se les supone y a mí pues no tanto. En un mundo en el que tengo que ganarme el respeto de otros porque a mí no se me presupone. En un mundo en el que tengo que ser invencible porque cualquier falla o vulnerabilidad será considerada como una evidencia de que las mujeres nojequé.

Por otro, inevitablemente, todo lo que suponga no ser invencible me arroja al extremo opuesto: soy débil, blanda, inmadura, incapaz. Porque así me lo han hecho ver. Tengo que aguantar el dolor (especialmente durante la regla, que nadie pueda decir que un hombre rendiría más por eso), tengo que soportar el estrés, tengo que tirar p'alante con todo pase lo que pase, y si no lo hago, incluso si siento que no puedo aunque lo acabe haciendo, soy una fracasada. No soy apta.

¿Cómo coño consigo habitar el término medio si siento que hay fuerzas tirando de mí y si me planto me van a desgarrar?

Poco después de hacer pum-pam-catapum pensé que me lo había inventado. Como lo lees: pensaba que había fingido una crisis de ansiedad con llanto, temblores y toda la parafernalia que se dilató unas 8 horas. Cuando me dieron la baja, tras acabar de comunicar mi nueva situación en mi trabajo llorando, porque era incapaz de parar (y esto fue al día siguiente) uno de mis primeros pensamientos fue «¿en realidad estoy tan mal como para esto?» y los siguientes fueron, directamente, luz de gas: «¿Y si fingías porque eres una vaga y no quieres trabajar? ¿Y si estás tomando la salida fácil de quitarte de en medio porque eres una blanda?» Y por ahí seguía la cosa. Realmente me negaba esa experiencia, me negaba la posibilidad de haber apretado tanto los dientes y haber tirado tanto p'alante que me había roto. Las fuerzas me habían desgarrado.

Empecé a reconciliarme y a creerme que me había pasado lo que me había pasado cuando, un par de días más tarde, noté que aparecía un herpes en mi nariz, donde me salen siempre que me cojo un catarro monumental o en épocas de estrés absoluto o disgustos enormes. No tenía un catarro, así que algo tenía que haber pasado. Lo mismo no me había inventado la crisis. Lo mismo sí que estaba mal. Lo mismo había intentado ser tan dura que me había quebrado. Así que bueno, odio los herpes, son un coñazo, pero este sirvió para algo.

Aun hoy, en plena recuperación, estando medicada, en terapia y con mi vida condicionada a evitar la recaída, a veces me asalta la idea de que fui una dramática. Que lo mismo no era para tanto (repito, una crisis de ansiedad intensa de 8 horas). Cuando ocurre me voy al espejo y me miro la zona de la nariz donde la piel nueva aún se ve ligeramente rosada, de un tono distinto, ahí donde estuvieron las heridas del herpes. E intento, una vez más, intentar quedarme en el puñetero término medio.


  1. Antes de nacer ya se pinta la habitación, se compran los muebles, se compra la ropa, los primeros juguetes... Y generalmente el sesgo de género ya está ahí. 

Thoughts? Leave a comment

Comments
  1. Fer — Nov 18, 2025:

    Por favor cuídate mucho y ponte primera en la fila. Beso grande

  2. jmlro — Nov 24, 2025:

    Es inevitable sentirse culpable con las generaciones anteriores poniendo los ojos en blanco mientras nos miran. Estoy de acuerdo con los que dicen que tu cuerpo es sabio y te manda señales. Me sirve mucho que compartas así. Seguro que a raíz de este episodio, rascas, y sale un montón de supervivientes de situaciones parecidas. Esta sociedad nos enferma.

    Por otro lado, soy padre de un niño (2 años) y ahora, quizá mañana o en unos días, llegue la niña. Y me pregunto a menudo eso, por sus diferencias en educación. El niño ya está con los coches. Y pienso que con la niña procederemos igual. ¿Pero así lo haremos de verdad? ¿Realmente escaparemos de la cárcel cultural que separa a los niños y las niñas? Cualquier consejo, lectura es bien recibida.

    Gracias y te leemos!