Estoy volviendo a ver una de mis series favoritas: «Call the Midwife». Se trata de una serie de la BBC con chorrocientas temporadas basada en las memorias de Jennifer Worth, que sirvió como comadrona en el East End Londinense tras la II Guerra Mundial. Ahí es ná. Recuerdo que leí el primer libro (creo que son tres) y bueno, bien, pero no me daba la mandanga que me daba la serie. Eso por no hablar del clasismo condescendiente que se le escapa a veces a la señora y del cacao mental que tenía sobre lo que había sido la Guerra Civil Española (que para ella era un enfrentamiento entre republicanos y monárquicos, siendo los republicanos gente malísima que iba persiguiendo a la nobleza). En fin, cosas de ingleses.
Pero la serie, como digo, me da mandanga de la buena: es mi tratamiento de llanto. Me pongo mi capitulito y sé que voy a llorar y moquear de emoción pura hasta quedarme suavecita como el terciopelo. Estoy con la temporada 14, creo, y eso no cambia. Maravilla.
Evidentemente, tiene su cosita social y de repaso de la historia de iukei, una defensa tochísima del NHS, un recorrido por la evolución de la Sanidad Pública británica, el tratamiento de ciertos problemas como la crisis de la talidomida o los desalojos y reubicaciones de los habitantes del East End... Vamos, que pa mí lo tiene todo. Incluida la ropita de la época, que me puto flipa.
Pues bien, en el capítulo que he visto hoy se mencionaba la posibilidad de movilizaciones y protestas por parte de las enfermeras para reclamar un salario digno, ya que les pagaban básicamente en cacahuetes. ¿Tendría que ver algo que fuese una profesión femenina? Quién sabe, esas cosas no pueden saberse.
Una personaja (no despectivo, por marcar el femenino, simplemente) que vive en un convento (parte de las comadronas son monjas) y que solo recientemente ha conseguido llevarse allí a su hija (es madre soltera) porque no puede permitirse una vivienda para ambas manifiesta a una compañera más veterana su inquietud sobre el tema del salario tras vivir unas compañeras una situación muy problemática. Dice algo así como que las enfermeras de distrito y las comadronas viven situaciones muy complejas, hacen un trabajo muy difícil y no son remuneradas con justicia. Su compañera adopta un rictus entre apesadumbrado y escandalizado, así muy inglesa ella, y dice que cuidar de los demás es un privilegio y patatín patatán y que no quiere oír nada más al respecto. Je.
He oído ese discurso: soy docente. Cuando me quejo de las condiciones me replican que es un trabajo muy bonito, que tenemos mucha influencia, que hacemos mucho bien. Y todo eso es verdad. Pero a mí me gustaría que hacer ese trabajo no fuese a costa de mi malestar, de comerse mi tiempo libre, de hacer más de lo que puedo o de maltratar mi salud.
No niego que realizar ciertas profesiones tiene un algo de «privilegio», con todas las comillas del mundo, porque te pone en situaciones que poca gente puede vivir (ojo, que esto es para bien y para fatal). Pero, ¿en qué ley natural dice que esa «recompensa» (que muchas veces no lo es) es incompatible con unas condiciones laborales dignas (o un poco más que dignas, que tampoco pasa nada por apuntar alto)?
Yo me niego a comprar la idea de que pringar sea un privilegio y, por eso, se pueda escatimar en la retribución a las pringadas. Perdon't.