Cuando rompí mi última relación larga empecé un proceso de replanteamiento del amor, las relaciones eróticas y sexuales, la jerarquización de los afectos y un montón de cuestiones de ese área de interés. Hasta ese momento mis relaciones habían sido bastante normativas, salvo quizá por el hecho de que se habían extendido demasiado en el tiempo sin «cuajar» en un matrimonio. De hecho, en esta última llegué a plantearlo a raíz de un problema familiar, por tener papeles que nos permitiesen cuidar de nuestras respectivas familias y hacernos compañía en este tipo de situaciones. Evidentemente la cosa no cuajó porque la relación no iba bien, y menos mal: me veo proponiendo la boda como un trámite más, como quien contrata un seguro, ¡yo, que soy el apasionamiento hecho persona! Pero claro, era el paso lógico, ¿no?
Como digo, cuando eso acabó empecé a replantearme muchísimas cosas. Me vi con 35 años, soltera, con el arroz ya cerca de las últimas, el autoconcepto erótico por los suelos (aunque la autoestima más o menos fuerte) y me sentí, de alguna forma, liberada del canon. Ya no me daba tiempo a según qué cosas. Ya iba tarde. Ya no aspiraba a conseguir la relación/familia estereotípica, a subir la escalera de las relaciones hasta el último peldaño. Así que podía, por fin, vivir las cosas como yo quisiera. Para eso tuve que descubrir qué era lo que quería, claro.
Y una vez descubierto me di de bruces con la realidad: lo que yo quería era rarísimo. La gente de mi edad o quería echar un casquete rápido sin ningún tipo de responsabilidad afectiva o quería encontrar a la madre de sus hijos. Yo, que estaba en un espacio gris en algún lugar entre esos extremos, delimitándolo poco a poco, me sentía un perro verde cada vez que intentaba explicitar mis expectativas, deseos y límites. Intentando navegar mi supuesta rareza, intentando decidir si era yo la que era extrañísima o si es que lo normativo me estaba ahogando, hablé con mucha gente, vi películas, leí y pensé mucho. Y esas experiencias me han ido ayudando a afianzar el espacio que quiero habitar en este sentido. Sí, era la normatividad, que era una talla S cuando mi espíritu es una XXXL.
Una de las lecturas que ha llegado recientemente a poner guindas en pasteles que ya estaban más o menos horneados es el fanzine Repensando el enamoramiento más allá de lo romántico de Raquel Luna Serra. En él la autora apuesta decididamente por dignificar los amores que escapan del estándar romántico ajustado al canon y que, por ese motivo, no son considerados amores de verdad. Yo misma me he cuestionado si amaba de verdad por no desear encajar en ciertos moldes en los últimos tiempos. Por eso, leer a Raquel ha sido como recibir un abrazo que me decía: «Estás bien. Lo que quieres está bien. No pasa nada por no querer lo que los demás». Parece una tontería, pero para mí eso ha sido un tormento en muchos momentos de mi vida.
Como no sé ser sistemática, voy a repasar las anotaciones que tomé en el texto de Raquel y os voy a glosar algunas de las ideas que me parecieron más importantes:
1. A la mierda la amatonorma.
La amatonorma es la visión normativa (por normal y por constituir una norma o mandato) que se tiene respecto del amor. En nuestra cultura esta se corresponde con la pareja (dos personas) monógama (esto es, que supone que cada miembro de la pareja solo tiene relaciones eróticas y/o sexuales con el otro miembro) que acaba desembocando en la estabilización y la formación de una familia. ¿El problema? Que la transmisión de la cultura se hace con frecuencia de forma más o menos coactiva: si no te ajustas a la norma (en este caso a la amatonorma) se te censura. Y esta censura puede ocurrir de forma externa pero también interna. Si tu deseo amoroso no tacha los checks de la relación arquetípica la veracidad de tus sentimientos es puesta en entredicho por el resto pero puede que incluso por ti misma. Esto se ve claramente en modelos relacionales como el poliamor o la anarquía relacional: si no estás solo con una persona o si no estableces que esa persona es prioritaria sobre el resto de tus vínculos no la querrás tanto. El problema de esto es que estamos mirando el amor desde una perspectiva de escasez: como el amor es un bien limitado tenemos que dosificarlo adecuadamente. Pero el amor no es limitado, se puede querer hasta la extenuación a muchas personas. Otra cosa es que el tiempo sí lo sea, y las energías que nos deja el capitalismo. Pero ahí el problema no es del amor.
Raquel, además, explicita como la monogamia es una estructura social tan normativa que se extiende a formas relacionales que han sido consideradas no normativas, como por ejemplo las relaciones LGTBIQ+. Esto implica que todas las personas que no caen o caemos dentro de ese modelo (amparado legalmente, no olvidemos, porque la forma de unirse legalmente y constituirse como familia es el matrimonio) quedan marginadas, estigmatizadas y en un vacío legal gigante que se manifiesta, por ejemplo, a la hora de poder pedir permisos laborales para ejercer cuidados.
2. Puesta en cuestión de la distinción entre enamoramiento y amor verdadero.
A mí me da mucho coraje cuando me distinguen entre amor verdadero y enamoramiento en base, por ejemplo, a la duración temporal. Solo es amor verdadero si esa situación inicial que, como dice Raquel, es bastante disruptiva, acaba encauzándose dentro del orden socialmente admitido durante un tiempo determinado (¿Cuánto? Ni idea). No comulgo con esa idea y leyendo a Raquel me he dado cuenta de que esa distinción parte de un intento de domesticar el amor, degradando ese apasionamiento a una cuestión de menor valor y madurez. Pues no me da la gana de comulgar con esa mierda.
(Me doy cuenta de que me estoy enfadando, pero es que este tema me remueve mucho).
3. El enamoramiento más allá de los límites de lo romántico.
Yo solía decir que me enamoraba todos los días. Algunos incluso varias veces. Siempre he sido una persona muy apasionada e intensa y he llegado a sentir flechazos de una fuerza abrumadora en situaciones cotidianas, como por ejemplo el metro. He utilizado la palabra enamoramiento para referirme a libros, a amigas, a obras artísticas... Y también he utilizado la palabra amor (cómo se me ocurre) con mucha ligereza. La gente se escandaliza cuando digo que aún quiero a mi primer novio y que probablemente le voy a querer siempre. Y es que le quiero sin necesidad de compartir un proyecto vital exclusivo con él. Lo mismo que quiero a mis amigas. En ocasiones he sentido una fascinación por alguna de ellas tan intensa como un enamoramiento porque era un tipo de enamoramiento que, bien, no incluía el deseo sexual, pero sí ese deseo de hablar con ella todo el rato, de pasar tiempo juntas, de conocerla en profundidad... Creo que el ejercicio de análisis que hace Raquel para concluir en el acto de difuminar esas fronteras que separan el amor y el enamoramiento romántico de otras formas de amor y enamoramiento es maravilloso, verdaderamente liberador y subversivo. Y por eso, incluso aunque tu forma de querer se acople perfectamente y sin contorsión alguna a la amatonorma, te recomiendo que leas su ensayo.
En resumen...
... que el amor es una cosa demasiado hermosa y demasiado grandiosa como para intentar comprimirla en cajitas y mutilarla si no cabe en ellas. Yo, al menos, me niego a hacerlo.
Quered, quered mucho, que a este mundo lo que no le sobra es amor. Al contrario.
Me recuerda a un verso de Ángel González: Amamos de dos en dos para odiar de mil en mil. Gracias por escribir esto.
Me recuerda a un verso de Ángel González: Amamos de dos en dos para odiar de mil en mil. Gracias por escribir esto.
En lo de odiar de mil en mil parece que no hay escasez. 😭