Aviso de contenido: escatología, descripción explícita de desnudo masculino
Nunca me han vuelto loca los cuerpos masculinos. El de las mujeres, a mi modo de ver, es infinitamente superior estéticamente. Muy pocas veces en mi vida, y cuando digo muy pocas lo que quiero decir es «me sobran varios dedos en una mano pa contarlas» me ha ocurrido que yo contemple el cuerpo de un hombre y experimente placer estético, sensación de belleza. Y no hablo solo de hombres normales y corrientes, mortales de los que te cruzas en tu día a día y en tu vida. No, o no solo. Incluyo también a deportistas, actores, modelos, cantantes... Me refiero a todos los hombres. Sus cuerpos han podido excitarme, atraerme, divertirme... Pero no he experimentado casi nunca el deseo de contemplarlos sin parar. Esto es: hasta ahora.
Esta mañana lo único que me ha impedido quedarme horas y horas mirando el cuerpo desnudo de mi pareja ha sido el ferreo anclaje con el que el capitalismo nos tiene cogidos a ambos. Otro motivo más para odiarlo con fuerza infinita.
Como cada mañana laborable, ha sonado el despertador y yo me he dirigido hacia el baño con los ojos cerrados: me sé el camino. Me he sentado en el váter y, mientras orinaba, he resoplado pensando «venga, un día más, un día menos». Pero al volver... Uf, al volver. Mi pareja estaba de pie, de perfil, preparando la ropa para vestirse, con su gloriosa erección matutina lista para revista (tampoco he sido nunca muy fan de las erecciones a nivel visual, os lo prometo). El pecho se me ha encogido, de verdad. Y él, sin darse cuenta de nada de esto, ha dejado la ropa lista sobre la cama y se ha ido al baño, ignorando que yo me quedaba allí como si hubiera visto un Caravaggio caminando con marco y todo.
Al volver me ha encontrado todavía ahí parada, sentada en el borde de la cama, haciendo por vestirme. He soltado la falda y he abierto los brazos. Él se ha acercado a mí y yo he devorado con los ojos cada punto visible de su anatomía: sus piernas fuertes y musculosas, los surcos bajo sus caderas que conducen a su entrepierna, ahora más calmada (para descanso de mi pobre corazón), su vientre, en el que empiezan a asomar los músculos abdominales, su pecho suave, esos brazos cubiertos de un vello fino y agradable en los que tanto me gusta perderme... Y su cara: esos ojos oscuros rodeados de bien de pestañas, la barba que tanto me gusta tocar y esa forma de sonreír con todo lo que es. A veces creo que, cuando le miro, se me olvida respirar.
Al entrar en mi rango de acción le he abrazado muy fuerte, apoyando la cabeza sobre su vientre, besando su cadera, deseando que por algún conjuro nos quedásemos unidos y nos diesen la incapacidad a los dos para poder quedarnos así el resto de nuestra vida.
Como podrás sospechar, no ha ocurrido, así que tendré que esperar las más de 24 horas que faltan para poder volver a verlo y acariciarlo desnudo. Intentaré que se me haga más llevadero recordando la sensación de rapto que me asalta cuando le veo así.