Cuando empecé la terapia, después de hacer pum-cata-pum una de las cosas que le pedí a mi terapeuta fue estrategias para hacer que la violencia que padezco (ya sea dirigida a mí directamente, a mí como símbolo o a otros) me doliese menos porque no puedo pelear todas las batallas, no tengo energía, pero tampoco soy capaz de aguantar la cantidad de daño que el mundo me hace a veces.
Y ahí estoy, aprendiendo a respirar hondo de forma casi automática cuando duele. Diciéndome cosas para reconfortarme de forma muy tierna y muy lenta. Intentando reprogramar mi intensidad para no herirme a mí misma.
Y me da pena. Me da pena porque si algo sobra en el mundo es gente a la que no le importa. Pero yo ya no podía más. En mi dilema entre prenderle fuego a un mundo que no me permite ser como soy y limarme las aristas, ahora estoy limándome las aristas. Lo siento a veces como una traición, no te voy a mentir.
Hoy, por ejemplo, llevo todo el día desensibilizándome ante una situación que me ha parecido injusta, repitiéndome que lo que ha dicho un compañero sobre un alumno neurodivergente le describe a él, que enfrentarme a él y confrontarlo me habría dejado hecha polvo y no habría supuesto ningún triunfo, que mi energía está mejor puesta en atender a dicho alumno con todo el cariño, comprensión y compasión que sea capaz de reunir. Y más o menos está funcionando. No me estoy emputeciendo salvajemente. No se me acelera el pulso. Puedo seguir con mi vida y, cuando el pensamiento se me presenta, lo abordo y no se convierte en rumia. Y, de alguna manera, eso me disgusta. Porque en la misma situación, si al menos estuviese sufriendo, pataleando y rabiando sentiría que la injusticia no me es ajena, que no ha pasado por mí inadvertida. Supongo que algo de la cultura del sufrimiento católica y patriarcal hay en esto, porque eso no solucionaría nada tampoco y acabaría drenándome también.
Total, que a pesar de todo, a pesar de que consigo manejar la ansiedad, a pesar de que respiro, a pesar de que relativizo... No está siendo un buen día. Pero eso también es parte del trabajo que el terapeuta me encargó (supongo que en parte me ha calado con cierta precisión): no desmoronarnos cuando la vida nos supere, no rendirnos ante los malos días, no catastrofizar cuando mi ánimo empeore. Aquí estoy, intentándolo.
E intentando no ceder al miedo de que sobrevivir me suponga renunciar a parte de lo que soy.
A veces es difícil elegir cuándo intervenir, cuándo tiene sentido, especialmente por eso: parece que si no actúas no te importa, si no lo reivindicas te es ajeno y no es así. Por otro lado, tal cual, estos días también son parte de la vida, no podemos rebobinarlos. Mucho ánimo!