Lo típico. Es necesario que alguien muera y llegue a los medios (porque leyendo sobre el tema he llegado al caso de Dani, que se quitó la vida en julio tras sufrir acoso escolar de forma persistente) para que esto vuelva a «importar». Y digo «importar», con bien de comillas, porque todos estamos consternadísimos y con cara de Pikachu sorprendido, como si no hubiese explicación a por qué pasan estas cosas. Pero bueno, todo en orden, en unos meses, si no en unas semanas, Sandra caerá en el olvido y el mundo tendrá la conciencia tranquila porque se escandalizó de forma pública y conveniente. Y en las escuelas y los institutos todo seguirá igual.
¿Por qué? Pues porque las escuelas son microcosmos reflejo de la sociedad. Ni más, ni menos. Y nuestra sociedad, me van a disculpar, es UNA PUÑETERA MIERDA. Una sociedad en la que más vale ser malo que vulnerable, es preferible ser victimario que víctima y la ley del más fuerte, se entienda la fuerza como se entienda, es al final lo que prima. Una sociedad que no sabe qué cojones significa la palabra cuidado.
Y no es que yo vaya a defender la inacción de los centros educativos, no se me ocurriría. Pero como parte de la comunidad educativa tengo una visión bastante clara de las limitaciones existentes. El acoso escolar, a pesar de lo que pueda indicar su nombre, no es un problema circunscrito al ámbito escolar: es un problema social. Por eso creo que dejar el peso de su abordaje encima de los centros educativos, o al menos en su mayor parte, no va a ser efectivo. ¿Y si nos planteamos un Pacto de Estado contra el acoso escolar? Uno que implique a todos los agentes de la sociedad: sanitarios, policía, adultos de referencia (monitores deportivos, profesores de academias, etc.), con unidades de intervención especializadas y dedicadas y con medidas que protejan a las víctimas de forma eficaz y lo menos traumática posible. Ojo, que tampoco renuncio a lo mío: la inversión en recursos en educación, fundamentalmente en profesionales, también ayudaría. Grupos más pequeños permitirían una relación más cercana al alumnado y una posibilidad mayor de detectar problemas. Profesores menos sobrecargados también podrían dedicar más atención a cuestiones relacionales entre alumnos o a dinámicas grupales. Yo qué sé.
Pero bueno, parece que eso no va a pasar, que al final la clave de todo es la educación, entendiéndose por educación dar talleres. Señoras, señores, llevamos con el tema del bullying ya añitos, ¿eh? He perdido la cuenta de las veces que he impartido o visto impartir talleres sobre el tema, he perdido la cuenta de las veces que he hecho menciones relacionadas a la importancia del respeto, el buen trato y el cuidado en clase, y he perdido la cuenta de las veces que he intervenido en situaciones de acoso o que podían parecerse a acoso. Y seguimos igual o peor. Y tengo una teoría: ¿Os habéis dado cuenta de cómo los malos casi siempre piensan que están haciendo lo correcto, aunque sea de alguna forma retorcida? Pues con los acosadores pasa igual. Así que podemos predicar todo lo que queramos que, si no se dan por aludidos, poco puede mejorar el problema.
Es habitual que suceda algo extraordinario para que tengamos las gentes, en general, conciencia de lo que sucede a nuestro alrededor. Es el estado de confort lo que, por lo regular, preocupa. La “otredad” pareciera que no está ni se le espera. Las escuelas pueden compensar problemas pero en ellas no están las soluciones. Los ejemplos son claros: educar en la paz, en la salud, en la ética, en los valores, en las actitudes, en lo social, en la pedagogía del cuidado… Tales ejemplos sirven para pensar que los centros educativos se ven muy sobrepasados por tales responsabilidades. Para educar hace falta toda la tribu, como indica esa frase. ¿Dónde está una acción conjunta? Las prédicas aisladas no nos llevan a nada. Aunque me sirven para afirmar “más de lo mismo”. Gracias por este post. Perdona por la extensión.
Es necesaria una acción colectiva para abordar los problemas, sí. Y coordinada. Pero de momento parece que ni está ni se la espera.