Antes de leer, para pensar un poco...
¿Cómo te enfrentas a la contemplación de tu «mochila emocional»?
¿Crees que tratamos con justicia «lo roto»?
¿Se te ocurre alguna manera de dignificar lo imperfecto?
Y ahora, leamos el poema:
Las cicatrices, de Piedad Bonnett
No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.
Preguntas. Desde ese lugar, se rompe el diálogo socrático y el inicio parece más un cuestionario abierto sin respuesta. Y te leo. Sigo moviéndome en la cultura de la inocencia para contestar a lo que manifiestas. Todas las mochilas poseen algo en común. De vez en cuando hay que airearlas para que se ventilen. Así cuando las vuelves a cargar, ya más o menos frescas y ordenadas, vuelves al camino. Las emociones se educan a lo largo de la vida. ¿quién nos ha dicho, alguna vez, cómo hay que reaccionar ante la ira propia? ¿Cómo enfrentarse ante el asco? ¿Cómo superamos la tristeza antes de que se convierta en un estado de ánimo? En lo roto, como he manifestado, creo que no hay vuelta atrás porque aunque haya arreglo, la cicatriz creada puede afectar a la sensibilidad de la herida. Así que cualquier detalle reaviva el estrago sufrido. Nada es gratuito y ello supone que cualquier acción que hagamos tiene consecuencias. Llegamos a lo imperfecto. ¿Alguien puede plantearse que estamos en una existencia llena de posibilidades y limitaciones? Se trata de cambiar de perspectiva. El cultivo de las posibilidades y los logros nos permite encontrar placer en nuestra vida personal y en nuestras relaciones sociales. En cuanto a las imperfecciones, son nuestras y debemos conocerlas para saber cómo superarlas. Hay que hacer el esfuerzo de vencerlas a base de estudiarlas y buscar ayuda exterior para combatir aquello que nos haga sufrir.